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Printed from https://www.writing.com/main/view_item/item_id/1406116-El-Caballero-de-Sangre-de-Hierro
Rated: ASR · Fiction · Fantasy · #1406116
The most powerful knight is beaten in the ultimate battle by the most powerful enemy.
         Atravieso la galería, intentando rasgar la penumbra con la vela gastada que encontré durmiendo en mi bolsillo. El eco de mis pasos parece cruzar el infinito y volver hacia mí irremediablemente, infundiendo una cruel sensación que me electrifica desde la punta de los dedos y a través de la espina dorsal, que sólo he experimentado en contadas ocasiones anteriores pero que recuerdo con despreciable claridad; el miedo. Gracias a él no puedo evitar aferrarme a la empuñadura de la enorme espada que llevo atada al cinto, aunque sienta ya incrustados en mis dedos las joyas que adornan mi única arma. Estoy solo. Horriblemente solo. No, no es cierto, escucho los pliegues de la capa de mi enemigo susurrar en la oscuridad. Escucho su respiración entrecortada. Escucho su espada acariciar sus ropajes. Pero no percibo más pasos que los míos, por eso no sé dónde está él. ¡Ni siquiera sé dónde estoy yo!
         Â¡Luz! ¡Al fin! Corro, corro hacia ella como poseso, sin tener la menor idea de su origen. No pienso en ello, sólo sé que no aguanto más estar aquí en una persecución interminable. Me abruma la soledad en la que me encuentro, y también la presencia de la silueta de la que sé que debo huir. El pánico que ahogo desde que me percaté de la peligrosidad de mi situación se escapa con el llanto. De pronto sé que mi enemigo puede escuchar mis lágrimas chocar contra el suelo. Lo sé. Sin embargo, no puedo detenerlas, son tantas que inundan mi mano. Y empiezan los escalofríos. Ya no tengo control sobre mi cuerpo.
         Pero ahora puedo ver la luz con más nitidez. Tiembla a algunos pasos de mí, y se ve tan frágil y desesperanzadora ante mi mirada atormentada que mis rodillas ya se rehúsan a sostenerme más, y choco contra el suelo de mármol con un ruido sordo entre la marea de ecos que vuelve el aire más denso, más difícil de respirar. No es un portal abierto hacia la realidad, no es una ventana iluminada por la luz gentil de la luna salvadora. Es una vela, gastada como la que guardaba en mi bolsillo, sostenida por una mano grande y albina como la mía, vestida con ropajes oscuros como los que me ocultaban a mí. Y la llama, terrorífica y solitaria, alumbra un rostro que no puedo evitar reconocer como mío…, sin embargo, su piel es de un pálido espectral, sus mejillas están surcadas por lágrimas cristalinas, como las mías, pero sus ojos refulgen como diamantes negros con una malicia que sugiere que un monstruo así se alimenta del miedo, sí, ese escalofrío que domina mi mente y mis movimientos, y vive de la ira, de su sed de… de… de mí. Sí, me busca a mí y no tengo escapatoria.
         Sus ropajes silenciosos se deslizan en la oscuridad como una serpiente, más cerca, cada vez más cerca… El aire es tan espeso que respiro con una dificultad sobrecogedora, y él, cual reflejo de mí, inhala y exhala ruidosamente, pero con una intensidad carnívora y una mueca tan horripilante que las lágrimas escurren de nuevo y empapan mi capa y mis manos y mis botas y mi espada de joyas. Luego el frío parece comprimirse en este salón infinito, colmado de ecos y pesadillas, y me siento más maldito que nunca. Mis músculos se hielan, no puedo moverlos, quiero huir, ¡deseo huir! ¡Deseo correr fuera de esta galería maldita! ¡Deseo empujar fuera de mis oídos estos ecos endemoniados, susurros del infierno! ¡Deseo estar lejos de esta imagen transfigurada de mí! Gotas de sudor glacial ruedan por mis sienes, y ya percibo su aliento mordaz acariciando mis mejillas. Me percato de mi impotencia, y es entonces cuando pienso que así se siente la muerte.
         Me llamaban el Caballero de Sangre de Hierro pues nunca me tembló la mano al empuñar mi espada, sin importar quién me suplicaba desde el otro lado del filo. Me llamaban el Caballero de Sangre de Hierro ya que jamás había mostrado señales de debilidad, jamás había dejado que un reflejo me traicionara y mucho menos un sentimiento. Me llamaban el Caballero de Sangre de Hierro porque había escupido en la cara de la muerte tantas veces que nadie lo recordaba, y me llamaban el Caballero de Sangre de Hierro porque era el más fuerte, el más astuto, el más valiente, el más peligroso, el más desconfiado, el más vengativo, el más poderoso de todos. Sin embargo, mi nombre se desvaneció de las leyendas cuando penetré a un salón maldito por la misma mano de Dios, según cantaban los juglares, con el objetivo de vencer en batalla a un monstruo que nadie había contemplado, pues todos los que sufrían la desventura de entrar no tenían la fortuna de salir. Y sin batalla, sin arma, sin tocarme un pelo, el monstruo venció sobre mí. ¡Aun después de que hube derrotado a dragones feroces, demonios desfigurados, ejércitos crueles, hechiceros y energúmenos, reyes y basiliscos! ¡Perdí la última batalla sin honor ni gloria! ¡Sin gallardía ni heroísmo! ¡Sin poder ni orgullo! Perdí la última batalla tan empequeñecido, tan cobarde, tan débil como nunca quise ser, contra una bestia más terrible que cualquiera que haya podido ser concebida por la mente humana, sí, más cruel, más despiadada, más siniestra y retorcida. Perdí la última batalla contra el demonio más mortífero, que llevaba mis ropajes, portaba mi espada de joyas, caminaba con mis botas, se iluminaba con mi vela y me miraba con mis ojos.
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