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Rated: GC · Fiction · Erotica · #2280925
Atrapada en un hotel, Sweetie Belle pide un "masaje especial de pies". ¿Qué le espera?


ADVERTENCIA DE CONTENIDO:
Footjob
Masaje de pies
Violación


Puede leer la historia en inglés AQUÍ  .


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         —Volveré mañana. Quizá a medianoche.

         Rarity se lo dijo a su hermanita antes de dejarla sola en la habitación del hotel. Sweetie Belle, de 15 años, jugó con su teléfono durante horas, pero no pudo escapar del aburrimiento para siempre. Este no era ni siquiera un hotel de cinco estrellas, así que tenía pocas actividades que hacer.

         —Oh, no podemos elegir un lugar mejor porque están demasiado lejos del punto de encuentro —dijo, burlándose de la voz de Rarity.

         Con un suspiro, utilizó su magia para hacer levitar la hoja de plástico de la mesita. Se podía encontrar el número del servicio de habitaciones, la guía de televisión, los típicos trastos. Pero escondida en medio de la lista, había una opción que abrió los ojos de Sweetie. MASAJES DE PIES GRATUITOS: de 08:00 a 22:00. Y el reloj marcaba las 21:19.

         Sus dedos se apresuraron a marcar el número. Después de lucir tacones ayer, se la debía un masaje.

         «Y Rarity no me matará porque esto no va a añadir ni un dólar a su cuenta.»

         Minutos después, llamaron a la puerta. Sweetie se alborotó el pelo y la abrió, frotándose los dedos.

         —Sí, soy yo la que quiere el masaje.

         Al otro lado había un chico pelirrojo y de piel color melocotón. Las pecas salpicaban su cara y parecía tener unos 19 años. Devolvió la sonrisa a Sweetie, y luego se presentó como Cherish. Finalmente, le pidió que se sentara en la cama.

         —Ojalá hayas tenido un buen día —dijo él—. ¿Quieres un masaje normal o un masaje especial?

         —Algo especial me suena genial.

         El chico sacó una venda roja del bolsillo.

         —Muy bien, pero necesito que te pongas ésta. Cuando tu visión es limitada, tu sentido del tacto aumenta. Y es necesario para que la parte especial del masaje pueda funcionar.

          Sweetie dudó un momento. Aunque llevar una venda en los ojos no era lo ideal, no era algo inaudito. Muchas mujeres se tapan los ojos cuando van a los balnearios. Así que la chica la agarró y sonrió.

         —Esto es diferente para mí. Pero siempre hay que intentar algo nuevo.

         Necesitaba ayuda para apretarla alrededor del montón de pelo rizado, pero pronto pudo hundirse en las almohadas.

         La sonrisa de Cherish se amplió al ver sus plantas desnudas. Eran tan blancas como la nieve, con un lunar bajo la bola del pie derecho. Mientras el chico sacaba una botella de su carro, trató de imaginar lo suaves que serían sus pies. No, ¿a qué olerían? ¿Podría olerlos?

         —¿Cómo ha sida tu estancia? —preguntó, olfateando ligeramente bajo los dedos.

         —Está bien. Eh, ¿acabas de olerme el pie?

         —L-Lo siento. Sólo pensé que había algo de suciedad —dijo, limpiando rápidamente su pie con las manos—. Tienes un bonito lunar.

         Sweetie rió, completamente ciega a las intenciones de Cherish. El olor de sus pies ya hacía que su corazón se acelerara. Afortunadamente, no apestaban, ni olían demasiado dulce. Había un toque de ámbar, pero estos pies eran principalmente naturales. Cambiaría cuando el aceite lloviera sobre ellos.

         —¡Oh! Esperaba algo más frío —dijo Sweetie, apretando las sábanas.

         —Es aceite de coco derretido. —Después de frotarlo en sus suelas, el chico se desabrochó los pantalones—. ¿Los masajes de pies son raros para ti?

         —Normalmente recibo masajes rápidos cuando mi hermana me hace la pedicura. Todas las semanas.

         —Hmm. Eso te debe encantar.

         Frotó su pulgar contra el dedo gordo de Sweetie, con su respiración ralentizada. Había hecho esto con otros invitados, pero ésta era la primera vez que sentía a alguien cercano a su edad. Tuvo que detenerse un segundo, asimilando todo esto.

         De hecho, sería mejor jugar con los pies antes del evento principal.

         —¿Qué cosquillas tienes?

         —¡YAA!

         La chica cerró el puño mientras él le hacía cosquillas. Específicamente bajo las bolas de los pies, donde la piel era muy delicada.

         —Si me haces cosquillas intencionadamente, por supuesto que me voy a reír.

         —Ya veo —dijo Cherish, sin dejar de mover los dedos por sus plantas—. Eso es bueno, teniendo en cuenta lo que viene ahora.

         Finalmente, se bajó los calzoncillos. Y con una fuerza suave, rozó su pene contra el pie izquierdo.

         «Increíble. Creo que se hace la pedicura cada día, no cada semana.»

         Era como masturbarse contra una nube. Los pies de Sweetie hicieron que Cherish se retorciera tanto que tuvo que morderse el labio. Una buena estrategia, ya que Sweetie empezó a mover los dedos de los pies.

         —¿Qué es eso?

         —La herramienta especial —mintió, frotándose en los lados de sus pies—. ¿Cómo se siente?

         Sweetie lo pensó durante unos segundos. La herramienta era más viscosa de lo que ella esperaba, pero podía ser por el aceite. También era más gruesa de lo que imaginaba. Cuando se frotó bajo los dedos, ella dio su respuesta.

         —De verdad no tengo ni idea de lo que es esto. Pero se siente… interesante.

         —Los otros invitados siempre dicen lo mismo.

         Ahora el chico empezó a frotarse contra las plantas de sus pies. A causa del aceite caliente, la chica blanca no se dio cuenta de que aquella herramienta única estaba extrañamente caliente. El largo pene se deslizaba por sus plantas cuál mantequilla.

         Cada vez que llegaba a la punta, ella apretaba los dedos de los pies. Su esmalte aterciopelado dejaba a Cherish sin aliento. Tal vez era el momento de cambiar las cosas. Antes de que se hiciera un desastre demasiado pronto.

         —¿Puedes ponerte boca abajo, por favor?

         —No hay problema.

         Las plantas de sus pies estaban orientadas hacia el techo. Perfecto. Cherish siguió masajeando a ambos y le hizo una pregunta para mantener la mente de Sweetie distraída.

         —Dime, ¿tienes algún calzado preferido?

         —¿Quieres saberlo de verdad? —preguntó Sweetie, hablando más rápido—. Zapatos bajos, botas, pantuflas. Mira, si me cubren los feos dedos, los adoro. Me cansaría con mis zapatos.

         Cherish se estremeció al oír esa última frase. Qué pensamiento tan excitante.

         —Espera. ¿No te gusta enseñar tus dedos? ¿O tus pies en general?

         —Pues si la ocasión lo requiere, los mostraré. Pero si no, prefiero que no me vean los pies.

         Mientras decía eso, el pene de Cherish rodó contra la mitad de su pie. No sólo parecía que estaba cocinando una masa, sino que se sentía igual de blando. Le metió la verga entre los dedos, frotando su mano en el talón. Un bonito y redondo talón.

         —Quizá no signifique mucho, pero creo que tienes pies dignos de un modelo.

         Los dedos de Sweetie apretaron su glande al oír eso. Sólo pudo reírse torpemente, sin saber que el chico intentaba liberar su pene. Si no, tendría problemas.

         —¿Por qué dices eso? —se rió—. Mis pies son las peores partes de mí. Son básicos.

         —Pero muy lindos —dijo Cherish antes de darse cuenta de lo extraño que sonaba—. Es decir, he visto un montón de pies feos en comparación.

         Mirando en el suelo, vio dos zapatos bajos de color terciopelo. Y Sweetie admitió que le encanta llevar estos zapatos. Él habría sido estúpido si no los hubiera olido.

         Snif, snif…

         ¿Era esto el cielo? El calzado no apestaba tanto como podría, pero su poder abrumaba a Cherish. A diferencia de sus pies, el olor aquí haría que alguien se desmayara. Y cuando vio la huella oscura quemada en la plantilla, dejó escapar un pequeño jadeo.

         Sabía que no podría soportarlo mucho tiempo. Llegó el momento de hacer otro cambio.

         —Así que, estamos pasando a una parte única del masaje.

         —Te escucho.

         —Voy a sujetar la herramienta en un punto. Y tú vas a mover los pies a su alrededor. Piensa que es como jugar con la arcilla.

         Sweetie asintió, pinchando al chico con sus dedos mojados.

         —Sabes, si alguna vez me hicieran hacer eso en la clase de arte, no me sorprendería a estas alturas.

         Cherish se sentó en la cama, abriendo las piernas. Luego agarró una de las sábanas del carro, una con un agujero, y empujó su pene a través de ella. Con su mano agarrando la base de su pene, Sweetie no tenía ni idea de que rebotaba sobre su sólida verga.

         —Muy bien.

         Cherish guio sus pies hacia su pene, esperando que las plantas de Sweetie aplastaran su pene. Entonces, cuando los dedos golpearon el glande, deslizándose hasta donde podían llegar, dejó escapar un gemido silencioso.

         —Haz lo que quieres.

         Primero, Sweetie dio una patada a la rígida herramienta. Eso le hizo reír antes de enroscar los dedos contra la base. Mientras jugaba, pronto convirtió esto en lo que Cherish deseaba. Un footjob caliente.

         Sus pies resbaladizos rebotaban arriba y abajo con el pene encerrado entre sus arcos. Cada arruga hacía que Cherish se hundiera más en el placer, y los apestosos zapatos ayudaban. Incluso cuando los dedos perdían el control del pene, las bolas de sus pies seguían masajeando su glande.

         Los dedos gordos estaban enamorados de la base, haciéndole cosquillas y empujándola todo lo que podían. En el raro momento en que el pene se introdujo entre los deditos, Cherish se pellizcó. No pudo gritar de placer. Aún no. Pero podía prepararse para el gran momento.

         —En un minuto, voy a ponerte crema en los pies.

         —Me haces hacer mucho ejercicio —dijo Sweetie, golpeando la sábana que rodeaba el pene—. Mira cómo apestan mis pies después de esto.

         —¿Qué dijiste? —Cherish la escuchó claramente. Sólo necesitaba oírlo de nuevo. Pies apestosos. Cualquier cosa con apest- le acercaba a sus límites.

         —Dije que probablemente mis pies van a oler muy mal. Mis dedos van a apestar gracias a este entrenamiento.

         —No, olerán bien. Te… prometo…

         Cherish olió por última vez el zapato. En cuanto el aroma entró en sus pulmones, agarró los pies de Sweetie. Ahora o nunca.

         —Bien, no te muevas. Aquí viene.

         Como una chica buena, Sweetie apoyó los pies en el glande mientras Cherish dirigía su disparo. Justo a tiempo, ya que un largo chorro de semen caliente golpeó el talón derecho. El siguiente chorro aterrizó en la parte media de sus pies, goteando incluso sobre las sábanas. Y luego siete chorros más de esperma le pintaron los pies hasta dejarlos pegados. Era como ver el glaseado en un pastelito.

         —¡Está aún más caliente que el aceite! —Sweetie sonrió mientras Cherish jugaba con el semen con su dedo.

         —¿Y cómo te sientes ahora? —preguntó con un jadeo, sacando su teléfono. Necesitaba grabar este momento para siempre.

         —Disculpa mi lenguaje, pero me siento jodidamente fantástica — gimió ella—. No puedo creer lo interesante que es esta crema. Es muy espesa.

         Los dedos de sus pies se sintieron felizmente liberados de toda la tensión de los tacones. Lo mismo ocurría con los arcos, las plantas y los talones. Cuando esta extraña sustancia los calentó, Sweetie gimió sin para. Incluso se frotó más el semen, tratándolo como una loción.

         Cherish tomó algunas fotos antes de limpiar el semen con una toalla. En cuanta a las manchas en la cama, se apresuró a decirle que había venido a hacer el servicio de habitaciones a última hora. Así que podía llevarse las sábanas sin problemas. Y una vez que desaparecieron las pruebas de lo que hizo, a ella le quitó la venda.

         Sweetie se tocó las plantas de los pies, asintiendo a los resultados.

         —Son casi tan suaves como un bebé. Guau.

         —Encantado de alegrarte el día. —Cherish empujó el carro fuera de la habitación.

         —¡Un momento!

         Sweetie corrió hacia su cartera y sacó diez dólares. Lo puso en la mano de Cherish y mostró sus dientes blancos con una amplia sonrisa.

         —Muchísimas gracias.

         Cherish la revisó de pies a cabeza una vez más. Incluso tuvo suerte, pues ella levantó el pie para mostrarle lo suaves que los hacía. Tras acariciarlos por última vez, se rió.

         —De nada.
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