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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2291000
Sweetie Belle pide otro masaje especial de pies, pero esta vez no está sola.


         El mismo hotel, otro día. La capacidad de concentración de Sweetie Belle se redujo en la hora que Rarity la abandonó. Era otra reunión sobre asuntos de moda. Aunque Sweetie podría apreciar la moda, el aspecto comercial de la misma agotaba su cerebro.

         Toc, toc, toc…

         Incluso abrir la puerta le quitaba energía.

         —Te dije que tomaras la llave. Y… ¿una pizza?

         Scootaloo entró y lanzó la pesada caja sobre la mesa.

         —Un tipo apareció y me la entregó. Creo que tenemos el pedido de otra persona, pero mira, no es culpa mía.

         —Ojalá no nos obligara a quedarnos aquí —dijo Sweetie—. Ya no somos niñas.

         —No te equivocas. —Scootaloo ya había devorado una porción de pizza—. Troté por este lugar durante 40 minutos, y es apenas más grande que un parque.

         Sweetie sacó su teléfono. 6:37 PM, justo cuando el sol comenzó a descender. Una vez que oscureciera, se negaría a intentar siquiera salir del hotel. La luz del día era una cosa, pero la noche era diez veces más arriesgada. Aun así, una adolescente necesitaba entretenimiento. Ver la televisión y utilizar las redes sociales sólo la estimulaban durante un tiempo.

         Mientras comía una pizza, recordó lo que hizo la última vez que Rarity la dejó aquí. Jugaba con su teléfono, escuchaba música y dormía. Pero antes de que terminara la noche, recibió algo increíble. Increíble y gratuito.

         «¿Todavía está aquí?»

         Antes de correr hacia el teléfono del hotel, miró fijamente la única cosa que podría arruinar esto. Scootaloo masticaba ruidosamente y seguía lamiendo el aceite de sus dedos.

         —Bueno —suspiró Sweetie—, ¿quieres recibir un masaje en los pies?

         ¡PLAF!

         En un movimiento rápido, Scootaloo golpeó sus pies sobre la caja de pizza. Como si Sweetie no quisiera vomitar ya, esta chica todavía llevaba sus sandalias sucias. Las cubría mucho polvo.

         —Por favor, si pudieras frotarme los arcos —dijo, golpeando su zapato blanco contra el talón—, te amaría tanto. Incluso podría besarte.

         —Puf, no te voy a frotar los pies. Me refiero a un masaje del hotel.

         —Oh. —Scootaloo se encogió de hombros—. Mientras yo no tenga que pagar, mi repuesta es la misma.

         Sweetie se excusó de la mesa, estremeciéndose. Luego tomó el teléfono del velador y marcó el número correspondiente. MASAJES DE PIES GRATUITOS: de 08:00 a 22:00. Definitivamente no la rechazarían.

         —Hola. Pido un masaje de pies en la habitación 812. Dos personas.

         Mientras Sweetie arreglaba el encuentro por teléfono, Scootaloo abrió la caja con los pies. La suela de su sandalia sucia tocó varios trozos antes de elegir la más grande. Un trozo de pizza de pepperoni se interpuso entre su sandalia y su planta antes de metérsela en la garganta. Pero un grueso trozo de queso siguió aplastándose bajo su poderoso arco y dedos.

         Volviendo a la mesa, Sweetie agarró una rebanada delgada.

         —Estarán aquí en 20 a 30 minutos —dijo mientras masticaba—. Me voy a duchar.

         —No puedes estar tan sudorosa como para necesitar una ducha —respondió la atleta.

         —Es que no quiero incomodar a nadie.

         Ahora, en la ducha, Sweetie observó cómo el agua cambiaba de tonalidad al pasar por sus pies. Al menos estaban completamente limpios. En cuanto tocaran una crema, preferiblemente del masajista, sus pies estarían en su mejor estado.

         Ah, el masajista. Ella recordó el pelo rojo y esponjoso del último y la amabilidad que le mostró. Si tan sólo pudiera recordar su nombre.

         —No es como si importara. —Se frotó el jabón entre los dedos de los pies—. Probablemente ahora tenga un trabajo diferente.

         Teniendo en cuenta que había pasado un mes desde la última vez que lo vio, esperar que volviera el mismo masajista era sólo una fantasía. Después de secarse, Sweetie salió del baño con el vapor siguiéndola. Lo único que cubría su cuerpo era un pijama morado que le tapaba la parte superior de los pies.

         ¡Toc, toc!

         En un instante, Sweetie ya llegó a la puerta. Al mirar por la mirilla, una gran sonrisa se apoderó de su rostro mientras abría todas las cerraduras.

         —¿Te acuerdas de mí? —preguntó ella.

         —Ah, no pensé que te volvería a ver. Supongo que a alguien le encantó su último masaje.

         Escuchar la voz de ese chico hizo que le cosquillearan los ovarios. Estaban tan nerviosa que no le dejó entrar hasta que hablaron durante dos minutos. Durante la charla, el nombre del chico surgió en su cerebro. Cherish. Pero cuando le condujo a la habitación, su excitación se redujo.

         —Oh sí, ella es Scootaloo. Es mi… Mi prima. —Señaló a la chica naranja que hacía abdominales en el suelo, dos por cada cuatro segundos—. Scootaloo, es Cherish.

         —¡Oye, no me dijiste que sería un chico! —Scootaloo se puso en pie de un salto, arreglándose el pelo de una forma más presentable. Bueno, tan presentable como podía ser una manta desaliñada. Pero era difícil distraerse con su pelo cuando su piel podía cegar a alguien. El sudor la cubría como si fuera una luchadora bañada en aceite.

         —Mucho gusto —Cherish se rió, observando la parte superior de los pies de Scootaloo. No tenía esmalte en las uñas. Y luego él intentó mirar los pies de Sweetie, pero la tela violeta se lo impidió. A pesar de los resultados del entrenamiento de Scootaloo, el chico esperaba tener dos pares de pies limpios. Sería un poco decepcionante, puesto que ya había interactuado con pies limpios la última vez. Sin embargo, jugar con los pies era mejor que jugar sin nada.

         —No te preocupes. Están limpios —dijo Sweetie, sacando el pie. Como dijo, sus pies parecían prístinos. Esta vez, las uñas eran negras en lugar de terciopelo intenso.

         —Entonces —Cherish juntó las manos—, ¿te gustaría un masaje normal o especial?

         —Por supuesto que quiero el especial —dijo Sweetie, poniéndose un dedo en el labio inferior.

         —¿Y tú?

         —¿Quién escogería algo normal cuando se ofrece algo especial? —Scootaloo se olisqueó el sobaco.

         Dos masajes especiales. Cherish sacó del bolsillo dos vendas rojas para los ojos. Sweetie tomó la suya con una risita, pero Scootaloo sólo miró fijamente la tela.

         —¿Por qué me siento un poco pervertida?

         —Cuando está limitada tu visión, el sentido de tacto del cuerpo se potencia. Es necesario para los masajes especiales —dijo Cherish.

         Scootaloo levantó una ceja.

         —Confía en él —dijo Sweetie, utilizando la magia para apretarla alrededor de los ojos—. Fue maravilloso la última vez que estuve atrapada aquí.

         De todas las veces que Scootaloo había recibido masajes, nunca habían requerido que se cegara. Sin embargo, tras intercambiar una mirada con el chico, se lo puso. Mientras no les robara el equipaje, ¿qué era lo peor que podía pasar?

         Cherish acompañó a ambas chicas a la misma cama, tumbándolas boca arriba. Después, las cubrió con mantas, un paso que olvidó cuando jugó con Sweetie antes. Cuando sus dedos rozaron el hombro de ella, Sweetie ronroneó. Ahora los pies colgaban de la cama, aunque los zapatos de Scootaloo seguían pegados a los suyos.

         —Son unas chanclas muy bonitas —dijo Cherish, agarrando el izquierdo.

         —Son bastante viejos, sabes.

         Cuando la chancla se cayó de su pie, el corazón de Cherish latió con más fuerza. No sólo había un trocito de pizza en la plantilla, sino que un largo trozo estaba atrapado entre sus dedos. Colgaba ligeramente por delante de la bola del pie.

         —Ah… Discúlpame… —Cherish le levantó el pie—. Tienes algo en el pie.

         —Es pizza. ¿Tienes hambre?

         —No la escuches —interrumpió Sweetie—. Puedes limpiárselo del pie.

         —¡Come! —Scootaloo ni siquiera se planteó si el chico tenía alergia al queso. Afortunadamente, Cherish no podía estar más contento con esta situación. No sólo había una chica nueva, sino una que no temía ser dominante. Mientras no se pusiera demasiado mandona, el juego sería divertido. Por una vez en su año de trabajo aquí, por fin pondría la boca en un pie.

         —Como quieras —dijo, acercando el pie.

         La salsa y el queso formaron una espesa mezcla entre los dedos. Cerrando los ojos, Cherish dejó que los trozos de pizza caliente entraran en su boca, junto con dos dedos. Mientras chupaba, sintió como si fuera a eyacular en cualquier momento. En cuanto los dedos se contonearon, tuvo que sacarlos. Si no, con el sudor y la grasa manchándole la lengua, sabía que sus pantalones se pondrían blancos.

         —¿A qué sabe? ¿Está bueno? —preguntó Scootaloo, riendo ante los sonidos de asco de su amiga.

         —Está un poco salado —dijo el chico con un trago—, pero sí.

         Al terminar la frase, miró mejor sus dedos. Donde antes estaba atrapada la pizza, quedaban pelusas y trozos de goma. Y esas zonas eran más oscuras y pegajosas que el resto de sus pies. Cherish se tapó la boca, dejando escapar un gemido silencioso. Ahora sabía que debía saborear el queso sucio en la boca.

         —¿No estás vomitando? —preguntó Sweetie, estremeciéndose—. Sus pies son un imán para todo tipo de porquería.

         La piel color melocotón del chico brillaba enrojecida.

         —Listo cuando ustedes lo estén —dijo, lamiendo una vez más los deditos de Scootaloo. Ya sabes, sólo para comerse un poco de queso extra.

         —Sí —dijeron al unísono.

         Era hora de que el aceite de coco derretido brillara. Tras abrir el frasco, Cherish roció su contenido sobre los pies blancos de Sweetie. Allí, goteó desde los dedos hasta los talones.

         —Se me olvidaba lo caliente que está esto.

         Ahora era el turno de Scootaloo. Pero antes de que Cherish apretara la botella, le vino una idea a la cabeza.

         —Como ya tienes los pies sudorosos —comenzó—, puedes decidir si quieres el aceite.

         —No, no quiero ningún aceite.

         Perfecto. Ahora Cherish podría tener sexo con los pies en su estado natural. Pero antes, puso las manos alrededor de los pies de Sweetie, masajeándolos hasta que un brillo cubrió todas sus plantas. Las de Scootaloo ya tenían interesantes reflejos gracias al sudor salado. Bueno, eso y un poco de saliva de Cherish.

         Tras secarse las manos con una toalla, se centró en los pies de la morena. Aunque no eran tan suaves como los de Sweetie, sus pies podrían ser unas almohadas fantásticas. Tendrías los mejores sueños del mundo durmiendo sobre estas bellezas. Sólo al pasar los dedos por los laterales de los pies, Cherish encontró un terreno más áspero.

         Vaya, qué combinación tan increíble crearía esto. Por un lado, tenía un par de pies bonitos, recién salidos de la ducha. Por el otro, tenía un par de pies calientes, sin lavar y probablemente apestosos.

         Si no grababa el momento, sería el mayor idiota del planeta. Así que tomé su teléfono.

         —No es fácil hacerme cosquillas, así que no te preocupes por eso —aseguró Scootaloo.

         —Eso está bien. —Cherish abrió la aplicación de la cámara. Puso el teléfono sobre la carretilla y grabó la escena desde un ángulo. Ahora volvía a jugar con ellas, las chicas lindas.

         —Vamos a empezar por tu parte favorita —le dijo a Sweetie, haciéndole cosquillas en la parte superior de los dedos.

         Mientras ella reía, olió ligeramente su pie. Por desgracia, no había ni el más mínimo rastro de olor a pies. Sólo el del jabón del hotel. ¿Y Scootaloo?

         Snif, snif…

         Le agarró el peche. ¡Apestaban estos pies! Quemaban sus pulmones, pues olían como las papas sucias de una vieja gasolinera. Y esto puso la sonrisa más amplia en la cara de Cherish. Al no escuchar ningún comentario de Scootaloo—quizá realmente no sentía el aire caliente—olisqueó un poco más sus pies. Mmm… Asquerosos… Jadeando suavemente, se desabrochó el cinturón. Los pantalones cayeron al piso y su pene rasgó la ropa interior.

         Cherish estaba lleno de confianza. Sin dudarlo, dejó que su pene golpeara el pie derecho de Sweetie.

         —Ah… Ahí está —gimió ella.

         Le rozó la planta del pie con el pene, lento como un caracol. Su glande se adaptó instantáneamente a la singular textura y pronto se entumeció ante el pie de Sweetie. Mientras jugaba con sus pies, se aseguró de tocar los dedos de Scootaloo. ¿No sería de mala educación dejar a un huésped fuera de la diversión?

         La chica blanca curvaba los dedos de los pies cada vez que el glande les hacía cosquillas, lo que hizo que Cherish se mordiera el labio. Ni un gemido podía escapar de su cuerpo, a menos que quisiera pasar una noche en la cárcel.

         —Tienes que decirme dónde puedo comprar una herramienta como ésta —dijo Sweetie despacio, palpándose las tetas.

         —Si vuelvas aquí y pides otro masaje, quizá pueda colarte una.

         —Ay, qué dulce eres. Pero no arriesgues tu trabajo por mí. Por favor, no soy tan importante.

         —Voy a dártela en tu próxima visita, ¿okey? —Cherish le sacó el pene de entre los deditos, asombrado por el rastro de líquido preeyaculatorio. Podía extenderse por media habitación.

         Volver a Scootaloo. Ahora Cherish sintió una punzada de miedo. Teniendo en cuenta que ella era novata, no podía empezar tan bruscamente como con Sweetie. Así que le pinchó suavemente la planta del pie con el pene. Como un niño que pincha la pierna de su mamá.

         —Espera. —Scootaloo se quedó de piedra—. ¿Qué demonios es eso?

         —Una herramienta de masaje —ronroneó Sweetie—. Se siente bien, ¿verdad?

         —Me recuerda a algo…

         —¿A qué? —preguntó Cherish, retrocediendo para masturbarse. Siguió frotando los pies de Scootaloo, esparciendo el sudor caliente. Pero mientras jugaba con su polla, rezó a los cielos para que ella no adivinara correctamente.

         «No digas “pene”. No digas “pene”. Por favor, no digas “pene”.»

         Finalmente, tuvo que reanudar el masaje, así que su aterrorizado pene golpeó el pie. La cara pensativa de Scootaloo continuó. Cada vez que le daba golpecitos en la barbilla, Cherish sentía cómo se le tensaban las pelotas.

         —Es como un vibrador baboso.

         —Quizá porque acabo de frotar aceite en los pies de tu amiga. —Cherish se apresuró a interrumpirla.

         —Pero es tan gruesa y larga.

         —Por eso me gusta tanto —gimió Sweetie—. Si alguien me frotara con esto después de bailar, mis pies serían felices.

         Mientras ambas chicas permanecieran despistadas, la compostura de Cherish podría volver y quedarse. Después de fregar las plantas de Scootaloo durante dos minutos, fue como si su pene recibiera el mejor masaje. Y quería más. Más de esa sensación.

         —¿Pueden darse la vuela boca abajo? —preguntó Cherish, haciéndole cosquillas en los huevos.

         No pasó mucho tiempo antes de que los cuatro pies colgaran de la cama, con los dedos dirigidos hacia el suelo. Un espectáculo mucho más encantador para Cherish. Ahora sería el sexo con los pies diez veces más fácil. Aunque, si él resistía lo suficiente, ésta no sería la última posición. Pero la suavidad de Sweetie y el calor de Scootaloo resultaron ser un desafío poderoso.

         El chico empujó su pene contra la planta de Sweetie, sonriendo cada vez que gemía. Tener la confirmación de que hacía un buen trabajo le motivaba a hacerlo mejor. Vaya vaya, el pie izquierdo era muy goloso. Cada vez que Cherish intentaba avanzar, los largos dedos le agarraban y pellizcaban.

         —Tu pie izquierdo me adora —se rió entre dientes.

         —No es lo único que te adora —dijo Sweetie—. Pero sí, me duele un poco bajo la bola del pie. ¿Puedes presionar más?

         Ninguna paja podía darle a este chico tanto placer como frotarse por todo el hermoso pie de Sweetie.

         —Esto es lo más tranquilo que has estado nunca cuando se trata de pies. —Scootaloo tocó el hombre de su amiga.

         —Pues no me está empujando los pies en la cara. Tú podrías aprender algo de él. Y, además, sé que aprecia los pies sólo cuando están limpios. ¿Tengo razón?

         —Sí, la tienes. —Casi no lo dijo Cherish porque estaba demasiado ocupado empujando entre sus dedos resbaladizos.

         Tras otro minuto de bañar los pies de Sweetie en líquido preeyaculatorio, estaba listo para más de Scootaloo. Su pie derecho era el objetivo principal, y Cherish deslizó su pene desde los dedos hasta los gigantescos talones. Diablos… ¡El sudor era una lubricación perfecta! Aunque el chico mantuvo un ritmo lento, cuanto más besaba la planta su polla, más dispuesto estaba a acelerar.

         —¿Te gustan mis pies? —preguntó la atleta, curvando los dedos para mostrar algunas uñas sin esmalte.

         —Bueno, no son feos. ¿Te gustan tus pies?

         —Sí, sí, y sí. Me encantan mucho. Jejeje, me casaría con mis pies sudorosos si me dieras la oportunidad. Pies, pueden besar a la novia. —Scootaloo pateó ligeramente su pene, dejando escapar un suave gemido—. Las plantas son bonitas, y me gustan las uñas cuando están cortadas. Míralas.

         Siguió hablando, y Cherish no oyó nada más que sus vívidas descripciones de los pies. Nunca había visto a una clienta hablar tanto de sus propios pies con tanto orgullo. Sin duda era interesante. Y mientras hablaba como un juguete con las pilas cargadas, Scootaloo le palmeaba constantemente la polla entre los pies. Lo que normalmente habría dolido, aquel día era maravilloso.

         —¿Cómo de bien aguantas los pies apestosos? —ella le preguntó.

         —¡Puaj! ¡Cállate! —gritó Sweetie.

         —Oblígame. —Scootaloo pellizcó a la chica—. Puede no hablar si quiere. Entonces, Cherish. Pies apestosos.

         Confesar sus verdaderos sentimientos sería peligroso. A diferencia de Sweetie, que parecía crédula, Scootaloo no se detuvo con las preguntas. Le interrogó más que a la policía con cuyos pies jugó hace una semana. Con cuidado tenía que elegir sus respuestas.

         —En los primeros minutos, estoy bien, —dijo, amasándole los pies como masa—, pero después, vomito. Vomito mucho.

         —Gracias. —Sweetie Belle suspiró—. Sabía que tenías sentido común.

         —¿Y mis pies huelen demasiado mal para ti? —preguntó la chica naranja.

         —No puedo olerlos desde aquí.

         —Pues acércate un poco y dímelo.

         Le ofreció una oportunidad. Tal vez sería una excelente oportunidad para volver a oler los pies. Esta vez, con más fuerza.

         —¿Por favorcito? —Scootaloo movió los dedos—. ¿No quieres oler mis pies mundialmente conocidos? Créeme, la gente paga mucho dinero por esto.

         Aquel olor a queso podrido era como hierba gatera para él. Cherish lo deseaba tanto. ¿Qué chico cuerdo no querría tener los pies de una atleta en su cara? Comenzó a agacharse.

         ¿Tan estúpido eres?

         —Paso, pero gracias por la oferta.

         —Jeje, considerando que dijiste que te harían guacarear sobre mis pies, has hecho una buena elección.

         —Ni siquiera son mundialmente conocidos, mentirosa —le dijo Sweetie—. Sólo yo los conozco bien, y eso porque me torturas con ellos.

         Cuando Cherish volvió a Sweetie, notó mejor las diferencias con los pies de las chicas. Los de Sweetie eran más pequeños, tenían arcos más pronunciados y eran cien veces más blandos. Incluso las uñas se sentían como malvaviscos. Los de Scootaloo eran más largos y tenían zonas mucho más ásperas. Pero sus pies eran más pesados y grandes. Por eso, cuando presionaban la polla de Cherish, era indudablemente más satisfecho. Y como sus pies eran más grandes, él podía empujar entre sus dedos con menos dificultad.

         —Es probable que vuelva a estar aquí, así que ¿puedes masajearme el resto del cuerpo entonces?

         Su pene casi chorreó.

          —No me molestaría intentarlo.

         Pasaron diez minutos desde que Cherish empezó a frotarles los pies. Ahora era el momento de la etapa final. Les explicó sus planes, una actualización para Sweetie, pero una novedad para Scootaloo. Ella asintió.

         —Me gustaría hacer más ejercicio.

         Primero, se arrastraron hasta la cabecera. Entonces Cherish agarró su sábana y empujó su pene por el agujero. Una vez que el resto de la tela cayó sobre su regazo, se sentó en la cama y se puso la mano alrededor de la base de la polla.

         —¿Quién va primero?

         —Yo lo intentaré. —Scootaloo agitó los pies en el aire antes de estrellarlos contra el regazo de Cherish. Qué aterrizaje tan perfecto. Emparedaron su pene, permitiendo que la gruesa herramienta se deslizara entre ellas. Se tomó su tiempo para familiarizarse con la herramienta. Hizo cosquillas en el glande con sus dedos mojados y presionó el pene como manejara un carro. Después de un rato, lo trató como si fuera un juego de carreras en un salón recreativo. Rue fun.

         —Por favor, intenta no ser tan brusca —advirtió Cherish, rascando la planta del pie de Scootaloo—. A esto paso, podrías romperla.

         —Lo siento. No siempre puedo controlar mi fuerza —dijo juguetona.

         La velocidad a la que masturbaba al chico le hizo hacer una mueca de dolor. Aun así, Cherish sintió que estaba enamorado. La sudorosa Scootaloo mantenía el pene atrapado entre sus arrugas y no pensaba darle libertad. Durante 30 segundos, sus piernas sólo aumentaron de velocidad. ¿Se creía que estaba en un triatlón? Era como si estuviera nadando en un océano infinito.

         Mientras masajeaba la viscosa herramienta, jadeaba. Luego, sus jadeos se convirtieron en una constante carcajada. Pero Cherish no podía decir si se estaba riendo de lo absurdo del masaje o si le hacía cosquillas en los pies.

         Cuanto más le acariciaba la parte inferior del pene, mas le tentaban cambiar a Sweetie. ¿Por qué? Pues la técnica de Scootaloo era demasiado buena. Podía ordeñar una vaca y llenar la cubeta en menos de un minuto con sus dedos flexibles.

         —Para —jadeó Cherish, poniendo los pies sobre su pierna izquierda—. Le toca a Sweetie Belle.

         Sweetie se puso en posición y Cherish guio sus pies alrededor de su polla. A diferencia de Scootaloo, sus movimientos eran suaves, como observar un baile lento. Cherish no sólo podía recuperar el aliento, sino que la velocidad le permitía apreciar mejor los finos detalles de sus pies. Mientras una mano permanecía en el pene, utilizó la izquierda para frotar los de Scootaloo.

         —¿Puedo volver a hacerlo? —preguntó ella—. Sentía bien.

         —Sólo unos pocos minutos más. —Cherish se mordió el labio cuando Sweetie apretó la herramienta entre el dedo gordo y segundo.

         —Espero no romperla después de lo bruscamente que Scootaloo jugó con ella —rió Sweetie.

         —Vas mucho más despacio. Creo que sobrevivirá.

         Durante tres minutos, Sweetie le mantuvo el pene erecto con sus blancas plantas. Sus dedos más pequeños siempre le hacían cosquillas, mientras que los grandes lo abrazaban. Antes de que Cherish pudiera eyacular, el chico tuvo una nueva idea. ¿Por qué no un poco de acción lésbica? Hizo que el pie derecho de Scootaloo se besara con el izquierdo de Sweetie.

         —Deberían trabajar juntas —sugiró—. Tendría una sensación interesante, sin duda.

         —Puaj —dijo Sweetie—, apuesto a que su pie aún está sudoroso.

         —Y el tuyo está untado en aceite. Pero no me ves quejándome.

         Las dos encerraron el pene entre sus plantas, frotándose con ritmos drásticamente distintos. Como resultado, cuando Scootaloo presionaba el glande, Sweetie estaba más cerca de la base. De vez en cuando, sus plantas volvían a besarse, y luego trabajaban armoniosamente para frotar la herramienta esponjosa.

         —Podría hacer esto toda la noche —se regodeó Scootaloo.

         —Pero no soy una corredora —jadeó Sweetie.

         ¡Ésa era la señal! Inmediatamente, Cherish agarró sus pis y los acurrucó. Mientras les decía que movieran los dedos, se masturbaba más y más. Su pene no podía tolerarlo más. Necesitaba expresar su amor a esas adolescentes.

         —Ahora voy a ponerles esa crema especial en los pies —les dijo.

         Apuntando su polla a la masa de pies brillantes, Cherish les echó un chorro por todas partes. Uno, dos, finalmente ocho chorros cubrieron sus plantas. Parte del semen cayó al suelo porque viajó muy lejos. Y aunque una de las chicas gemía de placer, la otra se quedó con la boca abierta.

         —Está muy caliente —comentó la atleta, frotando sus pies contra los de Sweetie.

         —Caliente es muy que frío cualquier día —gimió Sweetie—. Mmm, sí, frótala entre mis dedos.

         —¿Les ha gustado? —preguntó Cherish, sacando una toalla para limpiar la escena.

         Sweetie gimió aún más fuerte. Así que Cherish lo interpretó como un sí. Y Scootaloo… Siguió frotando su planta pegajosa contra su amiga. Sus pies semejaban pasteles tostados cubiertos amorosamente de crema, algo que hizo que Cherish se relamiera.

         —Fue muy interesante —dijo ella.

         Tras fregarles los pies, cambiar las sábanas y volver a meterse el teléfono en el bolsillo, les quitó las vendas de los ojos.

         —Que tengan una buena noche —dijo con una sonrisa alegre.

----------


         12:05 AM. A esta hora, Cherish caminaba en pijama por el pasillo alfombrado. Con el teléfono en la mona, revisó los detalles de la grabación. Los ángulos captaron todo lo importante, y no filmó accidentalmente sus caras. Todo esto, y a unos sedosos 120 FPS. Esa corrida sería estupenda en movimiento. Se moría de ganas de verlo con todo detalle más tarde.

         Se acercó a una máquina expendedora que había en un hueco y depositó dos dólares. Necesitaba un refresco de cola frío para la noche.

         —No sabía que vivías aquí.

         Cherish bloqueó inmediatamente la pantalla antes de darse la vuelta. Era Scootaloo. También llevaba ropa de dormir, pero caminaba por esto pasillo sin zapatos. El chico tragó saliva. Hizo todo lo posible por evitar mirar sus pies hermosos.

         —Me asustaste —dijo, tomando la lata.

         —Resulta un poco espeluznante a medianoche este lugar, ¿eh? —Scootaloo se acercó—. ¿Cómo calificas mis habilidades de footjob?

         Cherish se paralizó. ¿La oyó bien?

         —¿Footjob?

         —En la escala de calificaciones, ¿qué obtengo por mi desempeño? Mira, Sweetie ya está durmiendo. Puedes decírmelo.

         —Pero no sé de qué me hablas cuando dices…

         La sonrisa de Scootaloo se apoderó de toda su cara. Era ese tipo de sonrisa que ponía incertidumbre en una persona. La iluminación oscura del pasillo hacía que resaltara más en este hueco. Por si fuera poco, ahora estaba frotando el pie contra la parte superior de la pantufla de Cherish.

         —No soy tan tonta como crees. Entre manejar bebés y ayudar a ciertos compañeros, sé cómo se sienten los penes —Le quitó el refresco a Cherish—. Por cierto, tu crema especial aterrizó en mi chancla sucia.

         ¡Maldita sea! Cherish tenía todas las razones para sospechar de ella. Sus preguntas, cómo lo engatusaba para que le oliera los pies y cómo dejaba que los lamiera. Era prácticamente una policía infiltrada, y Cherish no tenía nada con lo que defenderse. Sobre todo ahora que su pene estaba completamente erecto, algo que a Scootaloo le hizo gracia.

         —Por favor, no informes de esto a nadie—. Cherish le agarró los hombros.

         —No me digas qué tengo que hacer. —Le empujó—. Bésame los pies y ruégame más.

         Al instante se puso de rodillas y besó la parte superior de sus pies. Como un esclavo desesperado, incluso le levantó el pie y besó la planta. Cada pocos segundos, la halagaba y le rogaba que mantuviera todo esto en secreto. Mientras tanto, la única respuesta que oía era el consumo de su bebida.

         Scootaloo soltó un eructo y le metió los dedos en la boca.

         —A ver, a mí me violaste. Violaste a Sweetie dos veces. ¿Y a cuántas otras huéspedes de este hotel has cogido?

         —Por favor… Haré todo lo que quieras. Eh, me dirigiré a ti formalmente. Srta. Scootaloo, ¿qué tengo que hacer para que se olvide de esto?

         —Ahora pareces patético. Levántate. —Le dio una palmada con el pie—. ¿Así que tienes vídeos?

         —Estoy borrándolos ahora mismo.

         Scootaloo le empujó contra la máquina expendedora. Su fuerza fue tan grande que le sacó todo el viento. Sólo quedaban unos centímetros de espacio entre sus labios, pero Scootaloo tenía el ceño fruncido.

         —Más vale que no hayas borrado ni uno —dijo en voz baja—. Redúcelos y envíalos a mi número. Ahora, no tengo toda la noche.

         —Pero vas a llevarlos a la policía.

         —La llamaré ahora mismo si no me las envías. Incluso si lo limpias todo, ¿cómo vas a justificar que tu ADN esté por mi chancla?

         Junto con el miedo, Cherish se llenó de confusión. Pero asintió. Escribió en número de Scootaloo y le dijo que tardaría una hora en comprimir los vídeos. Todo el tiempo, ella daba golpecitos con el pie como una madre severa.

         —Quiero ver al menos nuestro vídeo para mañana por la mañana.

         —¿Puedo preguntarte al menos por qué?

         Suspiró Scootaloo, sorbiendo más refresco.

         —Lo que haces es espeluznante. Muy espeluznante. Pero es bastante caliente. —Le acercó la boca a la oreja—. Cuando esté aquí la próxima vez, vas a dejarme ver cómo tienes sexo con los pies. Incluso con los míos otra vez. Prométemelo y me aseguraré de que sea nuestro secreto.

         El chico asintió, y Scootaloo le dio un beso en la mejilla. Mientras ella se alejaba más contenta, él se quedó mirando sus pies saturados. Uf… Una huésped satisfecha más, y ahora tenía Cherish una aliada.
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