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Rated: 18+ · Fiction · Erotica · #2310815
Para demostrar que no es débil, Serena acepta el extraño reto de comerse plantillas.
(Contenido: Masaje de pies, Adoración de los pies, Pies sudorosos u olorosos, Toe jam)
English Version  

         A mediodía, dos entrenadores adolescentes se acurrucaban bajo la sombra de un enorme árbol en la exuberante y verde Pueblo de Geosenge. El chico, Ash, sorbía su cono de helado de vainilla. No confundir con el Pokémon, Vanillite. Justo a su lado, una chica de piel clara lamía los restos de su helado de chocolate de sus dedos delgados. Ella era Serena. Pero mientras la atención de Ash se centraba por completo en su cono, ella apenas le daba importancia a su propio helado.

         «Ah, Ash…»

         Verlo introducir la lengua en ese lácteo fue todo un espectáculo para Serena. En cuanto sustituyó mentalmente el helado por ella misma, se acercó más al chico. Su inocente forma de comer había despertado una humedad entre sus muslos, algo que el Sol no había conseguido en todo la mañana. Escuchar los suaves suspiros de placer de Ash después de cada trago, seguidos de la lentitud con que se lamía la sustancia blanca de los labios, la hizo ronronear.

         —¿Estás bien? —Ash sobresaltó a Serena, ya que se daba cuenta de lo cerca que se había colocado de él. Con un simple gesto, le ofreció un sorbo del helado que le quedaba. Los ojos azules de Serena se abrieron de par en par y la chica, curiosa, lo aceptó.

         —¿Te importa si yo tomo un poquito, Ash?

         ¡SLURP!

         En ese momento, la cara brillante de Serena cambió a un mohín tenso. Al otro lado del cono, con una lengua asquerosa moviéndose para que Serena la viera, estaba la perra de pelo azul. La sonrisa de esa mocosa hacía un trabajo increíble para enfadar a Serena, incluso cuando estaba animada.

         —¿Qué tal, Miette? —preguntó Ash, dando otro sorbo a su helado.

         —Buenas tardes. —Se colocó al otro lado de Ash, asegurándose de que sus hombros quedaran juntos—. Sonríe, Serena. ¿Ocurrió algo malo?

         La expresión desencajada de Serena no pensaba ir a ninguna parte. Se sentó con el ceño fruncido mientras Miette y Ash se turnaban para pasar la lengua por el helado delicioso.

         «Le voy a rasgar la lengua si le besa…»

         —¿Tienes miedo, mi querida Serena? —La no invitada tomó el cono de Ash y lo apuntó en dirección a Serena. La muchacha inmediatamente sintió que una punzada de vómito le subía a la garganta. Mientras que Ash había lamido como una persona civilizada, la baba de Miette goteaba del helado. Pero Miette siguió acercándolo a la cara de Serena—. Ay, qué rico… ¿No te lo ofreció? Toma.

         —¿Después de que tu boca estuviera en él? —Serena empujó la mano de Miette con fuerza suficiente para romperla—. Prefiero comerme un zapato.

         —¡Jujujuju! Vaya, como si pudieras hacerlo en serio. Sabemos que darías un lametón y saldrías corriendo y gritando como un Talonflame. ¿Me equivoco, Ash?

         Las risitas de Ash convirtieron a Serena en un tomate humano.

         —No es gracioso, Ash…

         —Pero es cierto —se rió, haciendo reír aún más a Miette.

         —Búrlense de mí si quieren, ¡no me importa! —Se puso en pie—. Quería decir todo lo que dije. Todo sabe mejor que lo que te has tocado con la lengua, Miette.

         —¿Lo decías en serio? Perfecto. Tengo algo que te va a gustar.

         —¿A qué te refieres?

         Risueña, Miette sacó una bolsa sellada de su espalda. La colgó ligeramente delante de la cara de Ash, y luego la levantó para que Serena no lo pudiera perdérsela. Si la joven de pelo rizado ya había sentido náuseas, ahora le esperaba un mundo de mareos.

         Dentro de la bolsa había un par de tenis negros con detalles naranjas. Lo más alarmante era que una de las plantillas se había desprendido de los tenis y miraba hacia Serena. Además de ver las huellas —nada inusual sabiendo como abusan las chicas sus zapatos—, fue testigo de toneladas de suciedad. La sombra y la distancia hacían difícil distinguir cada detalle, pero había algo malísimo en aquellos zapatos. Por último, en el fondo de la bolsa había dos calcetines hechos bolas. Pues… En el pasado fueron blancos. Pero ahora…

         —¿Tienes hambre? —Miette soltó una risita y frunció los labios ante su rival. —Estos zapatos deportivos y yo llevamos juntos seis años. Como han llegado al final de su vida útil para mí, iba a donarlos a alguien que los necesitara. Pero si es que insistes en que estás dispuesta a comerte un zapato, quiero ver si eres tan valiente.

         —¡Eres loca! —Se tapó la boca—. ¡Debes de querer morir si crees que voy a acercarme a esa basura!

         —Pues quizá tengamos que buscarle unos zapatos de bebé, Ash. —Miette puso una mano en el regazo del chico, acariciándolo mientras colgaba la bolsa—. Demasiado asustada para lamer un helado compartido y ahora demasiado petrificada para llevar a cabo lo que dijo. Qué patético.

         No sólo había interrumpido el momento especial de Serena y Ash, sino que la chica le estaba sacando más carcajadas al chico que todo lo que Serena había hecho en una semana. Mientras tanto, Serena deseaba que se la tragara la tierra. Aunque lanzara un insulto padre, Miette la rebatiría y la haría quedar como la mayor payasa de Kalos. Y todo delante de su enamoramiento que poco a poco parecía gravitar más hacia la personalidad de Miette.

         «Pero si sigo adelante con esto, ¡no pareceré tan patética! Y Ash me…»

         —¡Dámelo! —Le arrebató la bolsa a Miette y se sentó entre los dos entrenadores. Y al ver una inspección más detallada de los tenis, la confianza de Serena, cargada de adrenalina, desapareció.

         «¿Será posible?»

         —¿Acaso tienes dudas? —preguntó Miette, pasando un dedo por la mejilla de Serena.

         —Cállate. —Respirando hondo, Serena rompió el sello. Un calor la golpeó tan fuerte que sintió que estaba encima de una estufa. Pero junto con el calor llegó un olor poderoso. Su intensidad no hizo más que empeorar cuando Serena revolvió la bolsa, haciendo que el aire la abofeteara con el hedor del calzado de Miette. Su cara se arrugó al sacar los tenis, sobre todo el izquierdo con la plantilla desprendida. Si la mantenía demasiado tiempo encima del hedor, a la pobrecita se le iba a caer la nariz de la cara.

         Dejó los objetos sobre su regazo. Sin ningún orden en particular: el zapato derecho, el que tenía la plantilla intacta; el zapato izquierdo; la horriblemente oscurecida plantilla del zapato izquierdo; y, por último, los dos calcetines, ambos manchados de mugre.

         Ash agarró uno de los calcetines de Miette. Lo olió.

         —Mmmmmm… Miette —dijo entre respiros—, ¿cuánto tiempo los llevaste?

         —¿Mis calcetines? Bueno, meno que los zapatos, eso lo sé. Quizá tres o cuatro años¬.

         —Su olor es increíble…

         —¿¡Te gusta!? —Serena le quitó el calcetín de las manos—. ¿Para qué yo me hago las pedicuras si los hedores de pies te…

         —Oye, cuanto más grites, más público tendremos —advirtió Miette, señalando a unos chiquillos que observaban a los tres entrenadores.

         —No es que te importe —suspiró Serena—. ¿Pero cómo lo voy a hacer? Tus pies son más grandes que los míos. Es imposible comerme tu apestoso zapato.

         —No hay nada imposible. Pero puedo ser amable… —Miette se llevó un dedo a la barbilla. Empezó a jugar con sus zapatos actuales, sacándoselas repetidamente de los talones—. Para que esto sea factible, no tienes que comer los tenis. Pero sí tienes que comer las plantillas y al menos un calcetín. ¿Tiene el señor Ketchum algo que añadir?

         Ash miró su cono, luego a Serena, luego a Miette, y finalmente acabó en los pies de Miette. Como sus zapatos eran cerrados, serían unas trampitas perfectas para…

         —Para seguir con el tema de comer, ¿qué tal si tiene que lamer el resto de mi helado de tus pies descalzos?

         —¡Te romperé los huevos, Ash!

         —Podemos untártelo en los zapatos, Miette —dijo sonriendo.

         —Vaya, vaya, quieres ver su lengüecita metiéndose entre mis deditos —gimió Miette, quitándose un zapato de una patada—. Y puede sorber el resto que se acumula en mis zapatos tan apretados…

         «Es una pesadilla», continuó a pensar Serena.

         —Pero si Serena lo consigue, podrá obligarte a hacer algo. ¿Estás de acuerdo?

         Los ojos de Miette se abrieron. Tras unos segundos, asintió.

         —Claro. No es que vaya a poder…

         Serena vio impotente cómo Miette sumergía el helado en sus dos zapatos naranjas. Tras quitarse los calcetines, Miette cerró por fin el espacio de aire entre sus pies y el helado. Al principio se inquietó por el frío, pero enseguida acabó sonriendo satisfecha.

         —¿Empezamos, Serena? —Se apoyó en el árbol—. En el orden que quieras, pero deja mis pies para el final. Tenemos que dejar que se maceren en este helado antes de que estén listos.

         Haciendo un mohín, Serena agarró la primera parte de su almuerzo.

         A simple vista, el calcetín parecía que le entraría por la garganta con más facilidad. Aunque incluso eso sería un reto. Era un calcetín tobillero, así que las probabilidades estaban a favor de Serena. Pero era un calcetín con un olor pútrido. Olía como si Miette lo hubiera llevado de excursión en días alternos. La textura tampoco era digna de elogio; era crujiente al tacto y arañaba los delicados dedos de Serena como papel de lija.

         Lo menos que se diga de la decoloración, mejor. Muy poca parte del calcetín conservaba sus propiedades blancas. En cambio, era más anaranjado, como la tierra de un campo de béisbol. Y cuando no estaba teñido de naranja, estaba en algún lugar de una escala que iba del gris al negro. También estaba cubierto de agujeritos.

         «¿Acaso un Dustox ya comía a través de ellos?»

         A Serena le temblaron los labios.

         Echarse atrás ahora significaría quedar como una perdedora delante de Ash. Bueno, una perdedora más grande. Esto no sólo pondría al chico más del lado de Miette, sino que esa chica tendría más munición para usar contra Serena en todas las competiciones futuras en las que participaran.

         —Allá vamos —murmuró. Con los ojos cerrados, se metió en la boca el crujiente calcetín. Su áspera textura se deslizó por sus papilas gustativas hasta extenderse por todo el músculo.

         «¿Cómo va a funcionar esto?»

         Mientras masticaba la tela, se le metieron en la boca trocitos de polvo y algodón. El amargor del calcetín la hizo tensar los músculos. Era un sabor fuerte que junto con la textura áspera la hacía retorcerse.

         —Mmm… ¿Qué te parece? —Miette puso un dedo en los labios de Serena—. Silencio. Termina de masticar antes de hablar.

         Cuanto más intentaban los dientes de Serena desgarrar el calcetín, más se daba cuenta que era una tarea imposible. Era demasiado resistente y sólido para romperlo como si fuera comida corriente.

         «¡Todo o nada!»

         Apretó los puños, empleando toda su energía para meterse el calcetín por la garganta. En cuestión de segundos, el espacio de la parte posterior de su boca se ensanchó. Serena entonces tragó con fuerza. Ahora que el guante de pies le entraba por la garganta, empezó a respirar más profundamente. Sentía el pecho lleno. Sentía como si aún tuviera un gran nudo en la garganta, incluso después de que el calcetín hubiera bajado.

         Abrió la boca y miró a los otros dos.

         —¡Vaya, hablaba en serio! —El ojo de Ash estaba justo dentro de la boca de Serena.

         —No tan rápido, Ashy. Esperemos a que termine con mis plantillas antes de felicitarla.

         «No me has derrotado, puta.»

         Pero una vez que Serena recogió correctamente la plantilla derecha, soltó un grito de pánico. La huella ya parecía quemada en ella, pero ése era el menor problema que había. ¿Qué hacía todo ese pelo? ¿Y las motas de tierra y hierba? Las zonas entre las huellas tenían rastros de algún material negruzco adherido a la platilla como pegamento. Y el fondo, donde el delgado talón habría descansado durante años, estaba parcialmente desaparecida. Como un papel rasgado, estaba cortado por la esquina. Y, de algún modo, a pesar de que faltaba esa parte de la plantilla, lo que quedaba era la marca más mugrienta que podía haber dejado su talón.

         La poca compostura que poseía Serena se estaba desvaneciendo. Su corazón se golpeaba contra su pecho. Centellaban sus ojos, las lágrimas esperando la llamada para escapar. Y su nariz apenas podía soportar el olor.

         —¿Los quieres oler? —Agarrando la nuca de su rival, Miette obligó a Serena a hundir la cara en la plantilla viscosa—. Sí, sí, lo que hueles son años de correr y bailar. Y eso significa que mis pies se ponen bonitos y apestosos cada vez que termino una actividad, algo que un chico valora como señal de que una chica es trabajadora.

         La plantilla apestaba a un cóctel de olores nauseabundos. En primer lugar, la zona del talón parecía el más potente de los vinagres; no ayudaba la profunda humedad que convertía esta barrera estable en un desastre empapado. En segundo lugar, la zona de la planta olía como el propio zapato. Sólo que en lugar de estar recién sacado de la caja, el zapato llevaba años quemándose. Su olor contaminaba las fosas nasales de Serena, haciéndola gimotear mientras luchaba contra Miette. Por último, la zona de los dedos. Como las palomitas más rancias del teatro, la obligó a abrir los ojos. El olor también consiguió añadir una pizca de queso curado y, combinado con el tacto mantecoso de esta sección, Serena estaba a punto de desmayarse.

         —Dime, Ash, ¿a qué suelen oler sus pies?

         Él apoyó una mano en el muslo de Serena mientras sus gemidos ahogados llegaban a través de la plantilla.

         —Bueno, los tenía en mi cara cuando le hicimos cosquillas una vez. Olían un poco a jabón. Sólo a jabón.

         —Y cómo entrenador Pokémon fuerte y valiente, ¿ese olor a jabón te provoca alguna reacción?

         —Jeje… Puedo confesar que el tuyo es un poquito más agradable.

         —¡Ya entendí en mensaje! —gritó Serena, clavando las uñas en la mano de Miette. La rival chilló y se apartó—. ¡Perdóname por cuidar mis pies a diferencia de este demonio, Ash!

         —Chillona. —Miette chasqueó la nariz de Serena.

         Nuestra heroína echó una mirada más a la apestosa plantilla. Su vileza hizo que dudara en metérsela en la boca. Intentó metérsela lentamente, como un bebé que manipula comida que no le gusta. Pero en el último momento, siempre la dejaba en el suelo.

         —Te lo dije, Ash. Qué débil es.

         Ese insulto encendió un fuego bajo Serena. Rápidamente separó la punta del resto de la plantilla. Al sentir su viscosidad entre los dedos, tomó aire y se la metió en la boca. A partir de ahí, su mandíbula funcionó como un motor.

         —¡Jajajajaja! ¿Qué es esto? ¿La tonta de Serena está disfrutando comiendo mi toe jam añejo?

         —¿Toe jam? —preguntó Ash, asombrado ante la forma de masticar de Serena, al estilo de un Emolga.

         —Así es. Cuando estoy fuera de la casa, es como un bosque de mugre de la naturaleza creciera entre mis deditos. Cada emparejamiento tiene su propio pequeño oasis de sudor.

         Serena no podía creer lo que escuchaba.

         «¿Toe jam? ¡Eso es asqueroso! ¿Qué diablos le pasa a esa puta? ¿Me va a decir que tiene pie de atleta?»

         Miró con el ceño fruncido a Miette mientras este trozo de plantilla se deshacía dentro de su boca. Cada mordisco revelaba el secreto más viscoso. Era como si estuviera masticando una gomita llena de jugo. Cuando sus dientes apretaban donde se asentarían los dedos gordo y segundo, una sustancia agria se adhería a ellos como alquitrán. Y la salinidad… Las lágrimas brotaron silenciosamente de sus ojos mientras este toe jam se extendía por toda su boca. Lo que más le molestaba era su irregular. A veces era elástica como un chicle, negándose a despegarse de la plantilla. Otras veces, el toe jam era espeso como el puré de papas y salsa, lo que obligaba a Serena a empujar la lengua. Cada vez que lo hacía, el sudoroso amargor la ponía más enferma.

         ¡Glup!

         Siguió masticando lo que quedaba de esta parte de la plantilla. Para evitar desmayarse, levantó la cabeza. De un trago fuerte, su garganta recibió el bulto más grande.

         Temblorosa, abrió la boca.

         —¿Delicioso, eso toe jam? —preguntó Miette, poniendo los ojos en blanco—. Si esperas a que me exfolie los pies, puede que te dé queso apestoso como postre.

         La única respuesta de Serena fue el dedo corazón. Respirando hondo, enrolló la plantilla y se la metió en la boca. Sus músculos se tensaron. Sus papilas gustativas se morían. La pegajosa mugre le hizo cosquillas en la lengua hasta entumecerla, haciendo que Serena tuviera que trabajar más duro. Incluso pudo saborear…

         «¿Pelo? Puaj… Ya mátame…»

         Sin embargo, se lo tragó.

         Jadeó con la cara roja y las manos temblorosas. Mientras miraba enojada tanto a Ash como a Miette, Serena hurgó en la bolsa en busca de la última plantilla. Esta vez no tuvo que arrancarla del zapato. Pero en cuanto sus dedos lograron agarrarla, la chica sintió que le salía un vómito.

         Entre el calor y la textura crujiente y pegajosa, empezó a sentirse mareada.

         «¡No te rindas! ¡Estás a punto de cruzar la meta!»

         La tenía delante de la cara. La plantilla izquierda del tenis destrozado de Miette era, en una palabra, repulsiva. Todo lo que había en la otra era cierto también aquí, sólo que la huella de ésta era demasiado difícil de distinguir. Después de todo, la plantilla era más negro que el negro más intenso. Seguían apareciendo partículas de suciedad por la plantilla como condimentos en la pasta. Verde de la hierba, quizá amarillo de unos hongos que posiblemente tuviera la bruja de Miette, y naturalmente algo de arena blanca. Pero debido a la oscuridad general, Serena no podía distinguir dónde estaban los puntos de toe jam. A pesar del nombre, cuyo significado hace referencia a los dedos de los pies, estas marcas mugrientas podían estar en cualquier parte de la plantilla.

         El olor también se manifestó de forma más intensa. Sus fosas nasales lucharon por cerrarse, y ahora Serena respiraba por la boca. Ahora que inhalaba la esencia y las pequeñas motas de polvo de la plantilla de Miette, sus lágrimas salían con más frecuencia.

         —Sabes, no es demasiado tarde para admitir que no lo puedes hacer —se rió Miette, mientras acariciaba el cuello de Ash.

         Serena, con los dientes apretados, fulminó al demonio con la mirada.

         —Cualquiera se daría cuenta de que estás a punto de desmayarte como un pelele. Renuncia mientras aún te quede algo de dignidad. Es…

         Antes de que pudiera terminar, Serena ya había empezado a devorar la plantilla. Su velocidad se duplicó, pues en sólo diez segundos había partido la plantilla por la mitad y se había metido la mitad del fondo en la boca.

         Una vez dentro, chupó su vil contenido como si la plantilla fuera un caramelo duro. Como era donde descansaría el talón de Miette, había una buena cantidad de mugre en el fondo. Además de estirarse y ser blanda pero áspera, este tipo de toe jam despertó la lengua de Serena. Tenía un sabor picante. Lo único que podía imaginar era que, efectivamente, se trataba de elementos de un hongo persistente, que intentaba conquistar su lengua. Pero hoy ese honor no tendría.

         ¡Glup!

         —¡Ay! ¡Qué veloz! —gritó Ash.

         Serena se quedó mirando la mitad superior de la plantilla, donde los asquerosos dedos de Miette habían estado presionando por años.

         ¡Slurp! ¡Slurp! Slurp…

         Los miró con el ceño fruncido mientras lamía esta parte, dejándolos ver toda la espesa mujer que se acumulaba en su lengua. El viscoso músculo había empezado la tarde brillante y rosado. Pero ahora, mientras Serena lo deslizaba por la deteriorada plantilla, estaba cubierto de pelitos, pelusilla, toe jam y más. Y la chica era plenamente consciente de lo fétido que se había vuelto su aliento. Si con alguien hablaba, olería como si estuviera lamiendo un pie sucio.

         Pero mientras se metía la plantilla en la boca, masticando todo lo que le permitía su mandíbula, la más pequeña de sonrisas apareció en su rostro. La sonrisa aumentó cuando las pupilas de Miette se encogieron.

         «Así es, cabrona. Dime, ¿qué era lo que estabas parloteando? ¿Sobre que estoy a punto de desmayarme como un pelele?»

         Aunque seguía llorando, también empezó a gemir y a reírse. Era un espectáculo extraño para los transeúntes ocasionales. Una vez que la mugre se había extendido como gelatina por sus dientes, encías y lengua, Serena produjo el trago más fuerte que pudo reunir.

         ¡GLUP!

         Cuando sacó la lengua, sólo vio motas de mugre, que se tragó rápidamente. Incluso se lamió los dedos, lo que hizo que Miette pusiera cara de asco.

         —¿Qué te pasa? —preguntó Serena—. El desafío no ha terminado. Nuestro amigo quiere que te lama el helado de los pies, ¿recuerdas?

         —No… Esto no es… —Gruñó, quitándose los zapatos de una patada y mostrando sus plantas ultrablancas. No sólo estaban cubiertas de helado derretido, sino que presentaban leves partículas de mugre. Miette se cruzó de brazos, devolviendo finalmente la sonrisa diabólica a Serena—. No puedes lamerlos mucho tiempo sin ponerte enferma. Es imposible.

         —¿Eso crees?

         Poniéndose boca abajo, Serena miró más de cerca los pies de Miette. Para alguien que se consideraba tan elegante, sus arcos eran más pequeños que los de Serena. Sin embargo, sus dedos eran más largos, casi como dedos de las manos. Serena no se sintió intimidada, pero entonces vio a Ash observando la parte superior de los dedos de Miette. Eso la enfureció.

         —¿Te gustan sus pies, Ash? ¿En serio?

         —Tiene unos dedos bonitos. —Se dio un golpecito en el dedo gordo—. Me gusta el esmalte azul.

         —Gracias —dijo Miette—. Me aseguro de mantenerlos decentes tan a menudo como puedo. Pedicuras todas las semanas. Nunca me verías dejándome crecer las uñas diez centímetros o sin pintármelas con regularidad. A diferencia de…

         —¿Por qué pintarme las uñas tan elegantes si no tengo nada que ocultar? —El comentario de Serena hizo que Miette le diera una patada en la nariz. La chica, dispuesta a lamer un pie, sólo pudo reírse—. A mí también me encanta que jueguen con mis pies en un salón. La diferencia es que yo sólo voy para que me corten las uñas y me quiten la piel gruesa. Ves, no tengo que pintarme las uñas de zafiro brillante por miedo a que un chico las considere feas.

         —¿Le chuparías los pies, Ash? —le preguntó Miette, inclinándose hacia su oído.

         —Yo… Bueno, ¿quiere eso?

         —Basta de hablar. —Serena dio dos palmadas—. Déjenme enseñarles lo que puedo hacer con esta boca.

         Comenzando por el pie derecho, rodeó con los labios el fino talón de Miette. Mientras chupaba el helado de vainilla, el sabor le deparó otra sorpresa. A diferencia de las plantillas repugnantes, el helado estaba casi impoluto. Tenía un sabor ligeramente agrio, sin duda por el sudor combinado con los trozos de mugre del zapato, pero los pocos temores de Serena quedaron por fin disipados.

         «Sólo un pie, Serena. Imagina que estás lamiendo el de Ash, y será lo mejor de lo mejor.»

         Miette curvó los dedos cuando Serena se los puso en la boca. Empezó por los dedos más pequeños y fue subiendo hasta el gordo. Mientras tanto, su lengua se deslizaba entre los esbeltos dedos para extraer el helado que hubiera quedado atrapado.

         Al mover la cabeza arriba y abajo sobre el pie, miró a Ash a los ojos. Ash sólo podía mirar asombrado cómo Serena chupaba con fuerza los dedos de Miette. Pero ella quería transmitir un mensaje. Que esa era lo que estaba dispuesta a hacer en secreto, si Ash lo deseaba. Ralentizó el ritmo, tomándose su tiempo para lamer y disfrutar el helado del oloroso pie. Mirando ahora su maldita rival, vio cómo se tapaba la boca con la cara más azorada.

         «Se acabó, Miette.»

         Lamió el dedo gordo dos veces hasta que pudo frotar el pie izquierdo contra el lado de su cara. El helado que la cubría sólo la hacía sentirse más fuerte. Podía soportar todo lo que Miette y sus atroces pies le lanzaran, incluido el grueso toe jam al que se enfrentaba en el pie izquierdo. Los dedos apenas podían abrirse debido a la pegajosidad; Serena necesitó diez lamidas antes de poder penetrar en la acumulación. Pero cuando lo hizo, se encontró con una agradable sorpresa.

         «Vaya… En realidad, es como masa para galletas cuando se mezcla con el helado…»

         —Soy invencible —se jactó, dando otra lamida por el arco de Miette. Mientras lamía el pie izquierdo como un Lillipup, Serena apretaba el talón del pie derecho. Pero luego pasó a amasar alrededor de la bola del pie, y después la zona bajo el arco de Miette. Antes de que nadie se diera cuenta, Serena estaba masajeando el pie de Miette mientras sorbía otro.

         Ash hizo un mohín. Dijo:
         —No sabía que sabías dar masajes.

         —Nunca me lo pediste —gimió Serena, forzando de nuevo la lengua entre los dedos—. Te daré uno si quieres.

         Durante diez o veinte minutos, Serena empapó y frotó los pies mugrientos de Miette. Al final, se levantó, se echó el pelo hacia atrás y volvió a enseñarles la lengua. Esta vez estaba más blanca y limpia que cuando había lamido las plantillas. Ash, con los ojos muy abiertos, aplaudió a su amiga. La abrazó, haciendo que Serena sintiera un cosquilleo.

         —¡Eras genial, Serena! No puedo creer que lo hiciste. Es increíble.

         —Te lo dije. Antes de acostarnos más tarde —jadeó, relamiéndose los labios—, ¿qué te parece si te lamo los pies?

         —¿¡Qué!? Espera, ¿de verdad quieres hacer eso? Serena, ¿te gustan mis pies?

         —No lo sabes todo sobre mí. No me gustan los pies de un cualquiera. Pero los tuyos… Mmm…

         —Jejejeje… Pues probablemente no olerán lo mejor…

         —Agua y jabón. Jaja, no importa, te voy a besar los pies aunque estén sudados. Me lo merezco. Aunque eso será más tarde. Ahora tenemos otros asuntos que atender.

         La atención se centraba en Miette. La conmoción, la sorpresa, la preocupación, la ira… Todas estas emociones y más llenaban su cabeza. Lo único que podía hacer era mirarse los pies mojados. Serena le había chupado con tanta fuerza que estropeó el esmalte. Miette ahogó un grito al darse cuenta de lo desconchadas que tenía las uñas. Y todo porque quería hacer que Serena pareciera una payasa.

         Gruñendo, giró la cabeza en dirección contraria.

         —¡Hmph! Reconozco mi error. Supongo que realmente te comerías un zapato antes que lamer algo en lo que ha estado mi boca.

         —Aunque yo la obligué a hacerlo también —añadió Ash.

         —Entonces, ¿qué es lo que me vas a obligar a hacer? Hazlo sencillo para que no tenga que mirarte mucho más.

         —No, no, no, no, no. —Serena dio unas palmadas en el pie de Miette—. No me hables así. Soló conseguiré que tu situación sea muchísimo más aterradora.

         Había un millón de cosas que podría hacer a Miette. Pero viendo que la había obligado a lamerle los pies en un parque, además de comerse sus plantillas y un calcetín, este castigo tenía que ser intenso. Tenía que ser algo que no sólo satisficiera emocionalmente a Serena, sino a un nivel más atrevido.

         —Tengo una idea —dijo Ash, empezando a susurrar al oído de Serena. Cuanto más oía ella, más gravitaban sus manos hacia su entrepierna.

         —Jujuju… Tendremos que elaborarla, pero me gusta. Mmm…

         Moviendo las caderas de un lado a otro, se acercó a una Miette enfurruñada.

         —Comí tus plantillas. ¿Qué te parece si nos comes los culos sudorosos? —Soltó una risita—. Un momento, ni siquiera tienes elección.
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