Luchan contra Wario. Más amigos, enemigos y pies sudorosos para Toadette, Minh y Toad. |
| —¡Capitana! Bienvenida, capitana Sirope —gritó una niña humana. Daba saltos en la arena, con los ojos pegados sólo a la rampa del navío que descendía. —Qué gusto verte también, Lily. —Sirope cruzó la playa y la tomó en sus manos—. Hoy te ves extra deliciosa… ¿Lustraste esa sonrisa sólo para mí? —¡Sí! —La expresión de Lily era intensa. Abrió la boca con entusiasmo, con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás. Sirope de inmediato acercó su rostro, deslizando su lengua dentro hasta que llenó toda la garganta de la niña. El beso baboso terminó con un sonoro y húmedo chasquido, seguido de un hilo de saliva espesa. Sirope acarició el cabello de la niña, perfumado de caramelo, mientras los mechones se enganchaban en sus ásperos nudillos. —Me encantaría que compartieras mi cama esta noche, pero tal vez amanezca antes de que regrese. —Si lo desea, capitana, puedo ir con usted. —Ah… Te has portado muy bien últimamente… —Sirope la atrajo para otro beso en la mejilla—. Claro. Podrás ver mi maravillosa transformación en alguien tan lozana como tú. Los ojos de la niña se abrieron de par en par. Estaban escoltando a unos recién llegados a la isla. Excepto que no eran niños. Eran… ¿adultos? ¿Y Toads? ¿Y un… duende con traje de pirata? La isla Cocina era como su propia sociedad en miniatura, eclipsando fácilmente el tamaño de Ciudad Toad, Aldea Cromo y Rosedan juntos. Mientras los guardias de Sirope arrastraban a Toadette y a los demás por delante de farolas de bastón de caramelo, una canción repetitiva sonaba desde altavoces ocultos. Las calles olían a azúcar moreno. Entonces el escalofriante horror se reveló ante Toadette: los niños lo manejaban todo. Cada establecimiento estaba atendido exclusivamente por niños. Se movían como robots, con los rostros fijos en esas sonrisas inquietantes. Fuera del Spa Brote Azucarado, una niña no mayor de nueve años fregaba los pies de tres chicos recostados. Sus movimientos eran rápidos y mecánicos, su espalda rígida mientras repartía repetidos y húmedos besos sin perder la cadencia. —Buenos días, capitana Sirope. —Su sonrisa se enfocó bruscamente cuando Sirope se acercó—. He dado once masajes hidratantes completos y treinta y tres besos esta mañana. Todos los clientes satisfechos. —Me encanta ver que tus manos y tus labios se están poniendo bonitos y fuertes —dijo Sirope con una sonrisa—. Espero con ansias una sesión de una hora mañana por la mañana. ¿Confío en que tus técnicas han mejorado desde ayer? —Nos está dejando los pies extra suaves —gritó uno de los chicos, con una risa hueca—. Sólo para usted, señora. Toadette se estremeció. El verdadero horror fue ver el diminuto parche con la «S» en el cuello de cada niño. —Los tiene a todos marcados como ganado —le susurró Toadette a Toad. —Por supuesto —ronroneó Sirope, con una sonrisa cruel en los labios—. Marcados y con chip, debo añadir. No puedo dejar que mis bebitos se alejen y se pierdan, ¿verdad? —Apunta eso —le gruñó Wario a 9-Volt, quien registró el detalle—. Una organización impresionante, bruja. El rastreo, la mano de obra… Tal vez tome prestadas algunas de tus ideas para cuando reinvente Ciudad Diamante. —Cuidado. —La sonrisa de Sirope se amplió—. No querrás que te robe a tus ciudadanos más prometedores, ¿o sí? Su sombrío recorrido terminó en una instalación imponente con forma de espátula. Mientras esperaban un ascensor, unos grandes ventanales ofrecían vistas repugnantes del interior de la instalación. Toadette respiró hondo y se obligó a mirar dentro de uno. Se le revolvió el estómago. Había chicos atados a máquinas hidráulicas, forzados hacia atrás sobre largos cilindros vibratorios que los penetraban por detrás. Sus rostros… —Que nadie mire —fue lo único que pudo salir de los labios de Toadette. —Simple entrenamiento de flexibilidad —explicó Sirope—. A veces encuentro placer al observar cómo se entregan por completo. En otras, me siento inspirada para ofrecerles un toque de estimulación por mi cuenta. Y luego están esos momentos en los que hago que uno de mis robustos y fuetes secuaces forme una nueva madriguera en sus cuerpos. Toad tembló. —Toda florecilla merece ser domada en algún momento de la vida —suspiró Sirope, como si estuviera rememorando—. Al menos en mi presencia, me aseguraré de que sobrevivan al florecimiento. Minh escupió en el suelo. Sus mejillas se pusieron verdes. —Lo mejor que tenemos en Ciudad Diamante es nuestra sondeadora de prisiones —cacareó Wario—. Una mocosa hiperactiva, más o menos del tamaño del engendro ése de Peach. —Animales… —gruñó Toadette—. Todos ustedes. —Incluso un animal tiene más civilidad que un sucio champiñón —replicó Wario, limpiándose un moco en el sombrero de Toadette. Con un ding azucarado, el ascensor finalmente llegó. Los cautivos fueron empujados a celdas desnudas en un piso superior, patrulladas por los Penkoon —piratas pingüino-mapache— que miraban a los nuevos capturados con malicia. —Y ahora, si me disculpan, tengo una cita con la juventud eterna —canturreó Sirope, haciendo girar el amuleto ensangrentado frente a Jones. Le lanzó un beso teatral a la inconsciente Penélope—. Gracias, dulcecito. —Muévete, vieja —rió Wario—. Mientras esperamos que estos gusanos arreglen mi barco, me gustaría echar un vistazo a algunos de los tratamientos que les das a los mocosos más grandes de la isla. La puerta de la celda se cerró. En una celda estaban Toadette, Toad y Jones; en la de al lado, Minh, Penélope y Yasmín. Cuando Penélope finalmente despertó, se quedó encorvada con la cabeza gacha. Pasaron horas antes de que finalmente decidiera romper el silencio. —Creí que estaba salvando a todos —susurró—. No soy más que una inútil. —No lo sabías —murmuró Minh, atrayéndola en un abrazo reconfortante—. Lo intentaste. —¿Lo intenté? ¿De qué sirve intentarlo si siempre fallo? —¿Cómo crees que llegué a donde estoy en la vida? —espetó Toadette, golpeando la pared tan fuerte que Penélope dio un brinco—. Toda mi infancia fue un error gigante, y mira cómo he terminado. Tú ni siquiera pudiste abollar al General el año pasado en la caja de juguetes, y ahora le has sacado un ojo a este monstruo. Minh acarició el pelo de Penélope. —El hecho de que intentaras salvar a esos niños… Eso es lo importante. Todos te queremos, Penélope. Al oír eso, Penélope empezó a sorber por la nariz. Rompió a llorar, hundiéndose más en los brazos de Minh. Su llanto creció en volumen mientras Minh la apretaba con más fuerza. En un rincón, Yasmín permanecía acurrucada y en silencio, incapaz de pronunciar palabra. Simplemente se miraba los pies sucios, esperando que la visión la aburriera lo suficiente como para quedarse dormida. Le lanzó la más breve de las miradas a Penélope. —Lo siento, Yas —gimoteó Penélope, soltando finalmente un grito ahogado—. ¡La odio! ¡Odio a esa puta de Sirope! —¡Oye! ¡Esa boca! —gritó Minh. —Déjala que se desahogue —ordenó Toad. Luego le susurró algo a Toadette—. Mientras más mantengamos ese lado oscuro suyo a raya, mejor. ¿A qué se debe eso? —Viviste con ella más tiempo que yo. Deberías saberlo. —Levantó las manos—. Ahora sabes que no estaba loca cuando dije que sus ojos se pusieron rojos durante el incidente del castillo, ¿eh? Toad asintió lentamente. Luego miró a Jones, que yacía casi inmóvil. —Esa desgraciada no se saldrá con la suya —gruñó Jones, con la mirada fija en algún punto distante—. Mi amuleto… Ha escapado con él una vez más. —Tenemos problemas mayores que un amuleto —bufó Toadette—. Cientos de niños están esclavizados aquí, señor. —Ya sé que sus acciones son abominables. Pero este amuleto… No lo entendería, moza. —Aparte del hecho de que es una reliquia familiar, perdóname por no verle la importancia. —La conexión familiar es sólo un factor del asunto. —Soltó un suspiro gutural—. El contexto en el que se fugó con él es lo que de verdad me quita el sueño. Toadette guardó silencio, esperando. —Hace una década y seis años, Sirope y yo éramos rivales; cazábamos tesoros, pero manteníamos un nivel de respeto mutuo. En la época en que ella entendía esa palabra. Saqueábamos, pero sólo matábamos a los que eran aptos para el combate. Entonces se me acercó por mi amuleto; dijo que era la llave para el Vino de Renacer. Me negué. La llamé una niña que se ponía en peligro. Apretó el puño. —Así que me devolvió el respeto con una tormenta de cañonazos. Emboscó mi viejo navío. Vi perecer a sesenta y tres de mis compañeros, mientras ella se reía a carcajadas. —Su voz se apagó—. Me arrebató ese amuleto del cuello mientras me desangraba. Esto no es sólo por una reliquia generacional, moza. Es por las sesenta y tres almas que aún me debe. La veré en el fondo del océano. Toadette y Toad escuchaban atentos, incapaces de mirarse el uno al otro. Minh escuchaba desde el otro lado, mientras el horror de la situación pasada resonaba en su mente. —Si Sirope le pone las manos encima a ese elixir, no hay forma de saber qué fuerzas puede obtener. Qué tormento infligirá a estos niños robados. —Jones se irguió, gimiendo mientras se apoyaba en la pared—. Debemos escapar, compañeros. —Con todo respeto, capitán, usted es un tiburón —señaló Toad—. ¿No puede morder estos barrotes? —¿Cree que soy tan tonto? —Jones intentó morderlos. Los soltó un momento después—. Por desgracia es imposible, muchacho. —Iba a decir… Parecen de nanofibras por cómo están hechos —dijo Minh, pasando las manos por ellos. —¿Nanofibras? —se burló Toad—. ¿Y tú qué sabes de…? —Tuve que hacer un proyecto sobre ellas en química. El doble de trabajo, gracias a la Pies Apestosos de aquí —respondió, señalando a Toadette—. A ver… El ácido se las comería. O podríamos usar algo eléctrico que altere los barrotes lo suficiente. —Buena suerte con eso —gimió Toadette—. Tienen a Maletín en otro lado. —¡Rayos! —Minh golpeó el suelo con el pie—. ¿Es que no puede salir algo bien por aquí? Respiró hondo varias veces. Lentamente un zumbido de una máquina ahogó sus suspiros. Se giró y vio una máquina fregadora de suelos acercándose a su celda. Eso la hizo enarcar una ceja. El suelo ya lo habían limpiado hacía horas. ¿Por qué volvía este robot? Entonces vio una mancha en el suelo que intentaba limpiar con desesperación. Una sonrisa se dibujó en su rostro. —Tengo un plan. —¡Al fin! Ya era hora de que no fuera yo —suspiró Toadette—. Adelante. —Capitán Jones, usted y Toad prepárense para agarrar algo. En cuanto a las demás… —Miró las plantas de los pies de Penélope. Estaban negras de tanto caminar en la celda estrecha. Y cuando echó un vistazo a Yasmín, que no se había lavado desde que estaba en su propia prisión en el Aguadulce, vio unas plantas aún más oscuras que las de Penélope. «Tal vez funcione sin ella. Pero ese robot está a punto de irse… ¡No!». —Yas, levántate, por favor. —Cuando Yasmín no se movió, Minh lo intentó de nuevo—. ¿Por favor? —No. Los ojos de Minh se abrieron con asombro. Podía contar con una mano las veces que Yasmín había sido tan tajante al rechazar su petición. Se acercó, posando suavemente una mano en la espalda de Yasmín, marcada por los latigazos. —Sé que has pasado por mucho. Pero necesitamos tu ayuda para salir de aquí, ¿sí? Es la única manera de que todo regrese a la normalidad. Yasmín bostezó, girándose de costado. De repente la enderezaron, con dos manos más pequeñas presionando fuerte sus hombros. —¿Quieres poder ir a casa, Yas? —preguntó Penélope, con voz tensa—. Cuanto antes dejemos de ser piratas, mejor. Anda, muévete. Con un siseo, Yasmín se refugió más en el rincón. Sus labios temblaban, como si quisiera decir algo pero no pudiera. —Yas… —Minh suavizó su tono un poco—. ¿Recuerdas el navío? ¿Ese cuarto? Yasmín entrecerró los ojos. —Si nos quedamos aquí, te lo van a hacer una y otra vez. ¿Me entiendes? No va a parar nunca. Yasmín gruñó. Pero fue el único amago de contacto visual que hizo. Apretando los dientes, se levantó lentamente sobre sus pies adoloridos y cayó en los brazos de Minh y Penélope. Minh la colocó con cuidado boca abajo cerca de la celda. —Chicas, saquen los pies por los barrotes. Asegúrense de que las plantas miren hacia el techo. —¿Qué planea exactamente? —le preguntó Jones a Toad, quien respondió con un simple encogimiento de hombros. —Sea lo que sea que estés haciendo, Minh —dijo Toadette mientras sacaba sus pies sucios por los barrotes—, más vale que sea para escapar y no una de tus rarezas. —Llámalo un escape raro, Toadette. —Minh esperó pacientemente, sin quitarle el ojo de encima a la fregadora. Pasó un minuto. Dos minutos. Pasaron seis minutos, y nada había sucedido. Penélope flexionaba los dedos de los pies repetidamente, como para obligar al tiempo a avanzar. Al octavo minuto, viendo lo lejos que se había alejado la fregadora, los dedos de Minh se crisparon. —¿Qué se supone que debe pasar? —se quejó Penélope—. Este suelo está duro, señorita T. Minh. —Sólo dale tiempo, por favor. —Si estás tan desesperada por limpiarles los pies, ahí hay un lavabo —se burló Toad—. Aunque, conociéndote… —Será mejor que cierres el pico ahora mismo. —El volumen de Minh subió—. No estoy a punto de perder mi oportunidad de… Sus palabras fueron ahogadas por el zumbido de los mecanismos. El murmullo de la máquina se intensificó a medida que se acercaba. Penélope miró hacia atrás y jadeó. —Tenemos que movernos. —No —dijo Minh, con voz tranquila—. Oye, señor Fregasuelos, te faltó un sitio. Los ojos de Penélope se abrieron de par en par. Instintivamente intentó meter las piernas, pero Minh las mantuvo en su sitio. Mientras Penélope se preparaba para el dolor o las cosquillas intensas que la máquina le daría, la oyó detenerse y empezar a alejarse. Se alineó frente a la otra celda, dirigiéndose a los pies húmedos y polvorientos de Toadette. —¡Minh, esta cosa me va a destrozar los pies! —gritó. —¡Golpéenla! —gritó Minh—. Toad, Jones, ¡golpéenla! —Yo… —gruñó Toad—. ¡Claro! Rugió y lanzó un puñetazo a través de los barrotes. Sus nudillos crujieron con fuerza contra el metal, sin lograr hacer ni una abolladura. Sin embargo, a su lado, Jones había disparado su aleta caudal a través de los barrotes para rebanar la esquina trasera derecha de la fregadora. Soltó chispas, y una brecha masiva reveló el compartimento de la batería. Toadette retiró los pies justo a tiempo para que no se los atropellara. La máquina avanzó, apuntando a las plantas de Penélope y Yasmín. —Acerquen los pies a la celda —ordenó Minh—. Más cerca, más cerca… ¡Bien! Antes de que el robot pudiera limpiarles los pies, los jaló de vuelta y metió las manos por el barrote. Para su consternación, no alcanzaba. Las puntas de sus dedos estaban a sólo centímetros de agarrar un poste encima de la fregadora automática. «¡No, no me rendiré!», pensó. Con un chillido, se apretó contra los barrotes tanto como pudo, logrando meter sus gruesos brazos lo suficiente para finalmente envolver sus dedos alrededor del poste. Lo jaló con fuerza en una dirección. Uno por uno, los mecanismos de la máquina se silenciaron. Luego no quedó nada más que el jadeo de Minh. —Aún no acabo —suspiró. Forcejeando contra los barrotes, sacó la batería dañada del dispositivo. Goteaba un líquido amarillento, con un fino corte que la atravesaba. —Buen trabajo, capitán Jones —vitoreó Minh. Frotó la batería contra los barrotes hasta que finalmente pudo ver la sustancia esparcirse sobre ellos. Penélope observaba con la respiración contenida. La sonrisa de Minh persistió, pero sus movimientos se volvieron más erráticos. Ahora estaba gruñendo, y su rostro comenzó a endurecerse. —¿Así que seguimos atrapadas aquí? —preguntó Toadette. —¿Por qué no te derrites, estúpido ladrillo? —gritó Minh con todas sus fuerzas. Estrelló la batería contra los barrotes de su celda hasta que un chorro de ácido salió disparado. Una descarga eléctrica adicional la sacudió y envió el ácido a derramarse sobre los dedos de sus pies. Corrió al lavabo y se lavó los pies, su culpa creciendo al darse cuenta de que había soltado su única vía de escape. —Soy tan… —¡Oigan! —señaló Penélope—. ¡Miren! Minh giró lentamente la cabeza, esperando que hubiera entrado un guardia. Se quedó boquiabierta. Un chisporroteo tóxico se elevó en el aire. Los barrotes de nanofibra sisearon y humearon donde el ácido los tocó, rompiéndose hebra por hebra hasta que se redujeron a inútiles hilos. Se abrió paso por la pequeña abertura, sólo teniendo que batallar con el tamaño de su sombrero. Una vez que sus pies tocaron el otro lado, las lágrimas empezaron a brotar de su rostro. —Lo… lo logré. —Conteniendo su alivio, agarró la batería y esparció el ácido contra más barrotes—. Cuidado, que no les toque. Es como lava. —Astuta setita —gruñó Jones, su boca curvándose en una sonrisa—. El genio táctico que una tripulación necesita para sobrevivir. —Y tú que pensabas que eras un peso muerto —dijo Toadette. Atrajo a Minh para un abrazo—. Por esto te prestaba la tarea a ti y a nadie más. —Gracias. —Minh se sonrojó, pero su alivio se desvaneció cuando su atención se centró en Yasmín. Tomó la mano fría y flácida de la niña—. Vámonos, Yas. Nos movemos. —Ahora tenemos que escapar de esta torre —dijo Toad, entrando al pasillo de salida—. Demasiado alto para saltar. —No me da miedo pelear con ningún guardia malo —gruñó Penélope. Corrió más adelante por el pasillo—. Verán lo que pasa cuando me tratan como si yo fuera… —Pelearás con nosotros, no sola —dijo Toadette. —Claro, pero sólo porque usted… —Penélope miró a Toadette—. ¿Quiere que…? Toadette sonrió y asintió. El rostro de Penélope se crispó. Corrió y abrazó a Toadette, acurrucando la cabeza en su pecho. Soltó un cálido suspiro. —Arreglemos esto —susurró Toadette, tomando el coletero de Penélope y volviendo a atarle el pelo. Jones escudriñó por las ventanas del pasillo. Basado en la posición del Sol, determinó que eran cerca de las siete. El cielo se deformaba con los colores del atardecer. Toad se unió a él en las ventanas, asimilando lo poblada que estaba esta ciudad tanto por los piratas de Sirope como por los niños secuestrados. —Nuestro radar está en el navío de Sirope —le dijo a Jones—. O en el de Wario, mejor dicho. ¿Cómo se supone que vamos a llegar adonde sea que estén? —Basado en el rastro de luz cuando el amuleto tocó la sangre de la niña Penélope, me atrevería a adivinar hacia dónde se dirigen. —Jones se ajustó el pesado abrigo—. Tendremos que requisar un navío. Es poco probable que Sirope sólo posea uno. —Bueno, es más fácil decirlo que… —Toad entrecerró los ojos, mirando hacia el noreste—. ¿Alguien más viene para acá? Ese no es el barco de Wario. Jones fijó el objetivo. Su sonrisa creció al reconocer la bandera que ondeaba contra la luz anaranjada del sol. —¡Ya era maldita hora de que aparecieran, canallas! *** La arena oscura de la isla Plenilunio se tragaba cada paso. Incluso las olas del océano se desvanecían mientras más se internaba la comitiva. Las palmeras se doblaban sobre sus cabezas, sacudiéndose con la brisa fría. A la cabeza de la búsqueda, la capitana Sirope aferraba el amuleto ensangrentado de Jones. Lo que una vez fue un faro que iluminaba las olas, ahora ardía con luz tenue bajo la Luna, su pulso acelerándose con cada paso. Cada parpadeo era más intenso que el anterior. —Este sitio da miedo —murmuró 18-Volt, con su enorme cuerpo encorvado. —Deja de lloriquear —resopló Wario, apartando una rama de su camino de un manotazo—. ¡Eres un gigante! Si algo acecha ahí, lo aplastarás de un pisotón. —Oye —interrumpió 13-Amp—, cuanto antes consiga ella esa pendejada de la juventud, antes agarramos la estrella y nos activamos. Sirope los ignoró a todos. Tenía los ojos fijos en la luz temblorosa de su mano. El denso sendero dio paso a un afloramiento dentado de piedra negra. Allí, entre dos losas apoyadas la una contra la otra, había una rendija en la roca apenas lo bastante ancha para un niño. —Aquí estás —ronroneó Sirope. Se embutió en el estrecho pasadizo. Detrás de ella, los Gaugau ensancharon la piedra haciendo palanca. Por dentro, el túnel descendía en ángulo, con las paredes resbaladizas. Cuanto más bajaban, más se enfriaba el aire. Y entonces, el descenso terminó. La cámara era vasta, el techo cubierto de sombras salvo por un único agujero en lo alto, por donde la luz de la luna se derramaba en la gruta. En esa poza de luz pálida se encontraba la bebida que buscaba: un estanque de agua negra tan quieta que parecía obsidiana, sólo interrumpido por el rítmico goteo de líquido que caía de una estalactita. —Qué asco… —9-Volt se acercó a Wario, arrugando la nariz—. Huele a plástico quemado… —Acaba de una vez, bruja —dijo Wario, cruzando los brazos—. Tu brebaje mágico te espera. Sirope se tomó su tiempo para cruzar hasta el estanque. Se arrodilló en el borde, estudiando el reflejo que le devolvía la mirada: el cabello ralo por la edad, las finas líneas grabándose más profundamente alrededor de sus ojos, el leve temblor en su mandíbula… Todos los años de batallas curtidos en su piel… Murmuró algo, ahuecó las manos y las hundió en el vino. El líquido estaba gélido, hasta el punto de calarle los huesos. Se adhería como la miel. Sin permitirse dudar, bebió. El sabor era denso, cargado de minerales y amargura, pero tenía un deje más sutil, tan dulce que resultaba casi nauseabundo. Lo tragó. Al principio permaneció inmóvil. Entonces, dio una bocanada de aire. Sus dedos sufrieron espasmos, las uñas rascando la piedra mientras un temblor le recorría los brazos. Sus hombros se sacudieron hacia atrás mientras un grito desgarrado se le escapaba. —¡Capitana! —gritó su tripulación, corriendo hacia ella. —¡Quietos, idiotas! —ladró Wario, bloqueándoles el paso con un brazo—. ¡Dejen que suceda! Sirope se retorcía en el suelo de la caverna, convulsionando. Su tripulación observaba en silencio horrorizado mientras su piel se tensaba, estirándose y reformándose con un sonido como el de cuero curtido siendo tensado sobre un neumático. Luego vinieron los chasquidos y crujidos: el estruendo de sus huesos acomodándose. Su cabellera roja se alargó casi hasta sus pies. Las duras líneas de la edad alrededor de sus ojos y boca se alisaron hasta desaparecer. Sus gritos se apagaron, reemplazados por profundas bocanadas de aire. Empapada en sudor, se irguió. Sus movimientos eran torpes. Se miró las manos, ahora sin manchas. Su atuendo de pirata colgaba holgado en una figura que había rejuvenecido al menos veinte años. Finalmente, se giró para encarar a los demás. Se pasó la lengua por sus nuevos y carnosos labios. —¿Y bien? —preguntó, con su voz ahora aguda y vibrante—. ¿Cómo me veo? Wario se acarició el bigote. —Si no fueras tan despreciable, me atrevería a llamarte atractiva. —Incluso viniendo de un monstruo, un cumplido es un cumplido. —Sirope se movió con una ligereza que no había sentido en años. Soltó una carcajada, dando saltitos en círculo alrededor del estanque como una niña inocente. Entonces su espada estaba en su mano, girando—. ¡Y mis habilidades están intactas! ¡Es un sueño hecho realidad! —Hablando de sueños… —Wario extendió la mano—. Vamos. La estrella. —Un trato es un trato. —Señaló a uno de sus guardias—. Dásela. La sonrisa de Wario se ensanchó mientras la Estrella Etérea verde aparecía en su mano. Los Volts chocaron los cinco triunfalmente. —Y ahora —ronroneó Sirope—. Regresaremos a la isla Cocina una vez que haya explorado mi nuevo cuerpo como es debido, si no les importa. —Le lanzó una mirada a Lily, agitando los dedos—. ¿Quieres jugar, Lily? El rostro de Lily titubeó un instante antes de abrirse en una sonrisa entusiasta. —Por supuesto, capitana. ---------- Nota del autor: Ese juego de Donkey Kong estaba a punto de lanzar cuando esta historia se encontraba en pleno desarrollo. Tuve que intentar que el diseño de la joven Pauline no influyera mi diseño de una Sirope más joven. |