Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
Era medianoche en Ciudad Diamante, y Wario estaba inquieto, sentado en su amplio sillón de la sala de reuniones. —Claramente enviarles de uno en uno no está funcionando —suspiró lentamente. —Yo tenía la estrella hasta que esas chicas se interpusieron —se quejó 9-Volt al otro lado de la línea telefónica. —Si se trata de la niña con el pelo amarillo, seguro que está conectada con el castillo de Peach. Pero ¿otra chica champiñón? ¿Quién demonios será? —Olía a cadáver. —Todo esto está muy bien —bostezó Mona, masajeándole los hombros a Wario—, pero ¿cuál se supone que es nuestro próximo movimiento? Ahora ya ni siquiera tenemos el radar para que nos dé una pista de dónde está la siguiente estrella. —Esa es la pregunta de millón —dijo Wario, tomando un sorbo de su refresco—. Peach quizá va a conseguir que ese payaso de Fesor D. Sastre le arregle el radar. Incluso podría intentar mejorarlo como nuestro nuevo modelo. Claro, es un cerebrito, pero nosotros tenemos a los Crygor de nuestro lado. Y ellos tienen los planes originales. ¿Verdad, Penny? —Correcto —dijo ella. —Aún así, será un mes de espera, incluso con una mejora de velocidad —gruñó Mona. —Eso funciona. Pueden usar todo ese tiempo para entrenarse mejor para que una seta no pueda superarles. O, mejor aún, podemos intentar robar las dos estrellas que Peach ha logrado conseguir. —¿Qué dijo? —Los ojos de Mona se abrieron como platos—. ¿Quiere que cometamos un robo en Ciudad Toad? —¿Acaso te da miedo? —Vamos a ir directamente contra la gobernante del reino, así que sí, necesito un poquito de seguridad de que no voy a terminar en… —Mona, Mona, Mona —suspiró Wario, entrelazando sus dedos con los de la chica más joven—. Estamos hablando del mismo castillo que no puede mantener a la princesa a salvo de un reptil. ¿Y tú, de todas las personas, tienes miedo de ensuciarse las manos? Mona soltó un grito ahogado cuando Wario la acercó a su cara y su lengua se abrió paso por su garganta. Entre babas, siguió animándola. —Será otra película de acción. Ningún actor quiere estar bajo una roca y vivir siempre la misma historia. Quiere nuevos giros, riesgos grandes y, sobre todo, nuevas escenas. Ciudad Toad será tu nuevo escenario, cariño. Cuando Wario separó su cara de la de Mona, ella se quedó con una expresión retorcida de placer. —Puedo hacer lo que usted quiera en un mes, Wario —gimió, relamiéndose los labios—. Penny, te llevo conmigo. —¡Alguien! —gritó Penny con su rostro completamente verde—. ¡Necesito mi bolsa de vómitos! *** Esta vez no se escaparía nadie. No con tres adultos, y mucho menos con Toadette presente. Su confianza en las pequeñas delincuentes era tan baja que se quedó en el baño mientras Penélope se duchaba, y le pidió a Minh que hiciera lo mismo con Yasmín. Era humillante para las chicas, pero discutir no les serviría de nada. Más tarde, Toadette se apoyó en la barandilla del balcón del primer piso, disfrutando de la brisa nocturna antes de que le tocara bañarse. Los planes para el día siguiente ya estaban listos. Ella y el capitán Toad llevarían a Penélope y la Estrella Etérea a Ciudad Toad, mientras que las primas tomarían rumbo a la elegante Villa Preciosa. Toadette dio gracias a las estrellas por no tener que salir del reino para buscar a Penélope, ya que su falta de pasaporte habría sido un gran problema. La puerta de la habitación rechinó. —¿Cómo te sientes? —preguntó ella. —Devolví cinco veces. Creo que ya estoy bien. —Mmm. —Ella tamborileó los dedos contra la barandilla, esperando algún tipo de reconocimiento por los acontecimientos que habían llevado a la batalla con 9-Volt. Hasta que no lo recibiera, seguiría contemplando la distancia, ya fueran las luces de neón parpadeantes o el desierto frío. —Oye, lo siento. —¿Qué fue todo eso allá atrás? —Toadette se dio la vuelta—. Esperaba mucha más disciplina de un capitán. —Siempre estás preocupada, así que tuve que hacer ver que tenía todo bajo control —contestó Toad, encogiéndose de hombros—. Incluso borracho. —¿Golpearme en el bar se suponía que iba a evitar que me preocupara? ¿Se suponía que era lindo? Porque lo único que hizo fue doler y hacerme pensar que habías perdido la cabeza, lo cual hiciste, considerando que no participaste en la pelea. —He visto a chicas golpear a sus chicos en bares. Normalmente es un juego. —Es un juego cuando es un toquecito en el brazo. —Ella se sentó en la barandilla—. Es un juego en privado. Aún me ardía la cara cuando llegamos a ese basurero. Y todavía me siento avergonzada. —Ya te pedí perdón, Toadette. ¿Qué más puedo decir? Toadette rodó los ojos. Una disculpa no significaba nada cuando ella sentía que él volvería a hacer lo mismo en el futuro. Toad se dio cuenta de que no estaba llegando a ninguna parte con ella. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Arrodillarse y suplicar perdón? Pocas cosas se le ocurrían, y todas parecían opciones que Toadette no estaría dispuesta a aceptar en ese momento. Tenía ojeras. —Te frotaré los pies cuando termines de ducharte. —¿En serio? —resopló ella—. ¿Así es como vas a arreglar esto? —¡Pues si me dijeras qué quieres, tal vez lo sabría! ¡No soy adivino! —Gritarme no es la solución —dijo, aterrizando en el concreto—. Si quieres compensarme adorando mis pies, vas a hacerlo a mi manera. ¿Entendido? Toad se estremeció ante la idea a dónde podría llevar esto. Pero asintió de todos modos. Toadette lo tomó del brazo y lo arrastró escaleras abajo hasta la planta baja. Deliberadamente disminuyó el paso, asegurándose de que cada paso con sus zapatos bajos recogiera cada mota de arena y mugre del motel. En el estacionamiento, se subió al capó de un carro cualquiera, levantando las piernas. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Toad. —¿Qué tal si me quitas los zapatos? —respondió Toadette, sacando su celular. —¿Aquí afuera? —Obvio. —Activó la cámara. —¡Oye! No quiero que nadie me vea haciendo esto, ni quiero que me grabes —se quejó él—. Es tan… —¿Grosero? Sí, bueno, yo no quería que me golpearas como a una esposa maltratada y tener que pelear sola contra un mago de la tecnología. —Ella sacudió su cabello hacia atrás—. Si no quieres hacer esto, puedes volver a la habitación. Pero Toad no tenía otra forma de ganarse el perdón de Toadette. Le quitó el zapato derecho, luego el izquierdo. Las medias de nailon negras contrastaban fuertemente con el azul del capó del auto. Ella movió los dedos de los pies, no con una sonrisa seductora, sino con una mirada severa. Como si fuera una maestra a punto de castigar a su alumno. —Huélelos —ordenó ella. —Toadette… —Pon tu nariz en mis zapatos e inhala. —Chasqueó los dedos—. Ahora. Toad acercó con vacilación el zapato derecho a su nariz. Incluso a centímetros de distancia, ya podía detectar el hedor repugnante que el pie de Toadette había dejado. Algo almizclado… Pero cuanto más lo miraba Toadette, más hundía su nariz en la abertura del zapato. Y fue entonces cuando el verdadero pánico se apoderó de él. El olor no sólo era pútrido, sino que era pesado, como si el aire mismo se hubiera espesado. Y cada nueva respiración era un nuevo infierno, una nueva ola de queso podrido entrando en sus fosas nasales. Todo lo que pudo hacer fue apretar los dientes y luchar contra el impulso de lanzar este zapato, y tal vez a la misma Toadette, al otro lado del estacionamiento. —Llora todo lo que quieras —suspiró ella, empujado el zapato aún más contra su cara con el pie—. Te tomaste todo ese vodka de un solo trago, ¿así que cómo te va a matar un olorcito? —¿Olorcito? —¿Necesitas una mejor muestra? —De un solo movimiento, Toadette le quitó los zapatos de las manos y le agarró la cabeza con los pies. Lo jaló hacia adelante, enrollando una pierna alrededor de él para que se viera obligado a inhalar el olor de su pie derecho. Incluso a través de la capa de nailon, no era mejor. En todo caso, el nailon sólo amplificaba la dificultad. Claro, ya había olido los pies descalzos de Toadette antes. ¡Pero esta media apestaba muchísimo! «A queso» era quedarse corto. Era impía. Toad se sentía como si lo estuvieran cloroformando, sobre todo con el hedor sofocante combinado con la humedad que se filtraba a través del nailon. Mientras tanto, Toadette sonreía, moviendo los dedos y tarareando para sí misma. Incluso cuando apartaba la mirada de Toad, su pie nunca dejaba de ejercer una presión asfixiante. Toad tragó saliva. Por repugnante que fuera, tenía que aspirar el olor del pie con más fuerza para llamar su atención. La primera inhalación profunda fue un golpe a su apetito y a su orgullo. Que la vista se le estuviera nublando ya era bastante malo, pero el hecho de que estuviera pasando por esta situación era más vergonzoso que haber tenido que ser rescatado por ella y Minh. El capitán Toad, uno de los trabajadores más confiables de Peach. Y ahí estaba, en un estacionamiento mugriento, oliendo las medias apestosas de su subordinada. Y para colmo, la subordinada se estaba jactando. —Eso es lo que he aprendido sobre los zapatos apestosos —rió ella—. Todo el mundo cree que los calcetines y demás hacen que tus pies huelan a flores. Pero todo ese sudor simplemente se empapa en esas telas, maldiciéndolas con tu esencia. Y cuando el sudor se mezcla con la tela, a veces se produce un efecto peor que el simple olor a pies. Toad gimió, sintiendo ahora los dedos de Toadette introducirse en su boca. —En mi caso, me encantan mis medias de nailon. Pero hay una pequeña parte de mí que se satisface sabiendo que estoy destrozando mis zapatos con todo ese sudor ácido. Toadette se puso un dedo en los labios y gimió ligeramente mientras movía los dedos de los pies en la boca de Toad. Por su parte, la capa de nailon creaba una experiencia interesante; era como si la sensibilidad disminuyera y aumentara al mismo tiempo. Sin embargo, para el capitán Toad, era exactamente lo que cabría esperar: chupar un trozo de tela sucia. La salinidad de los dedos de Toadette también se filtraba a través del nailon, y la suciedad natural de sus zapatos era la guinda del pastel. —¿Vas a decir algo? —preguntó ella—. ¿Lo que sea? —¿Qué quieres que te diga? —gritó Toad, con los ojos muy abiertos cuando Toadette le metió el pie aún más en la boca. Los cinco dedos cortaron su voz al instante. —Si tengo que decírtelo, es que no tienes ni idea de quién soy. Toad sabía exactamente lo que Toadette quería escuchar. Decir esas palabras se sentía como escalar una montaña con un gigantesco Don Cajuelo atado a la espalda. Escupió el pie empapado en saliva, jadeando y temblando por el viento. —Tu pie sabe… Uf, tu pie sabe muy bien, Toadette. —Sí, porque totalmente te creo cuando lo dices tú. —¡Vamos! —¡No me vengas con «vamos»! ¡Esfuérzate un poco más, y tal vez me crea tu pobre actuación! Gruñendo, Toad agarró los pies de Toadette por los tobillos. Si ella no iba a aceptar ninguno de sus intentos, entonces tendría que pasar a la velocidad máxima. Lamentablemente. Besó la planta de sus pies. No una ni dos veces por pie; no, fueron varias veces. Aunque su velocidad fue inicialmente rápida, como un pájaro picoteando comida, eventualmente disminuyó hasta que sus besos duraban de dos a tres segundos. Las cejas de Toadette dejaron de estar arqueadas, aunque seguía pareciendo poco impresionada. Pero Toad no se rendiría sin luchar. Primero le dio un olfateo al pie izquierdo. Le siguió otro beso, luego sacó la lengua. Pasarla a lo larga de la suela de nailon de Toadette fue tan incómodo como cuando atragantó sus dedos, pero el tejido proporcionaba una ventaja: las lamidas eran suaves. Si estuviera lamiendo el pie desnudo de Toadette, tendría que lidiar con la textura naturalmente más áspera, así como con el potencial de arrugas. Esta autopista aterciopelada le permitió deslizar la lengua por sus pies a un ritmo que incluso superaba las habilidades de ella. Cuando Toad había empapado suficientemente el pie izquierdo, se pasó al derecho, ahora haciendo sus sorbos tan audibles que Toadette no podía ignorarlos. Pasó más de un minuto, y podía ver que las mejillas de Toadette se estaban calentando. Si pudiera aguantar un poco más, todo saldría a la perfección. Mantuvo si mirada a ella, ahora arrancando las medias desechables. Los dedos de Toadette se doblaron al tocar el aire nevado y, antes de que se dieran cuenta, estaban de nuevo dentro de una cueva húmeda. Mientras él chupaba sus dedos, forzó su lengua entre ellos. Incluso si sabía que encontraría algo de sal no deseada, oír el profundo suspiro de Toadette fue una señal de que estaba más cerca de satisfacer sus altas exigencias. Y se aseguró de ir especialmente lento entre los deditos. Su lengua se movía tan meticulosamente y a un ritmo tan reducido que parecía que trataba de limpiar cada milímetro de ellos. Entonces el ritmo se aceleró cuando él estuvo entre los dedos más grandes de Toadette. Y las manos de ella deslizaron instintivamente sobre su ingle. Rápidamente las metió en los bolsillos. Sus ojos casi se salen de sus órbitas. Apenas pudo articular una palabra. ¿La causa? El regreso de la tan llamada técnica de rallador de queso. Toad estaba rozando el talón de Toadette con los dientes, y con aún más presión de lo que ella haría cuando adorara a la princesa. Ahora siendo receptora de esta acción, no pudo evitar soltar pequeños gemidos. «Parece que toda esa dureza que tenías se está desvaneciendo, Toadette», pensó él, chupando su talón antes de darle un beso. Mientras pasaba su lengua de su talón a sus dedos, también comenzó a acariciar la parte superior de los pies. ¿La estimularía aún más? Sólo había que ver los movimientos inquietos de Toadette para saber la respuesta. Cuanto más él mojaba sus pies, más amplia se hacía su sonrisa, y más inquieta se volvía Toadette. Sus manos le pedían que las mantuviera en los bolsillos. Estaban en un estacionamiento, donde cualquiera podía verlos. No era el momento ni el lugar para hacer travesuras. Y, sin embargo, Toadette sentía que perdía la compostura. Cuando Toad deslizó la lengua entre sus dedos, ella jadeó. Cuando le mordió el pie, gritó. Cuando le prestó a la planta del pie la misma atención que uno le prestaría a una piruleta, Toadette dejó escapar un gemido gutural. Era un intenso juego de tirar de la cuerda entre sus necesitades sexuales y su sentido común. Chillando, sacó la mano derecha del bolsillo y empezó a frotarse a través de los pantalones. Hasta Toad tuvo que hacer una pausa ante el repentino arrebato. Pero siguió lamiéndole los pies con indiferencia. Ahora que las medias habían desaparecido y los pies se estaban volviendo aún más pesados con su saliva, no había ningún olor desagradable que pudiera matar el ambiente. Las cosas iban cada vez mejor, con Toad dando placer a esta chica en público. —Lámeme las plantas… —Toadette echó la cabeza hacia atrás. Cuanta más presión aplicaba a su vagina, más se curvaban los dedos—. Esto es demasiado… Justo cuando sentía que estaba a punto de llegar al clímax, se rió entre dientes. —¡No! ¡Toady! —Golpeó los codos en el capó del auto, agitando las piernas. Las risas llenaron el aire junto con el sonido de los arañazos. Los flexibles dedos de Toad se pusieron a trabajar utilizando los pies de Toadette como juguetes. La humedad de sus pies no hizo más que aumentar su sensibilidad, ya que la chica estuvo a punto de romper el parabrisas. —Ya te he lamido los pies apestosos bastante, Toadette —dijo, rascándole entre los dedos—. ¿Me perdonas o no? —¡Sal de ahí! —Ella se inclinó hacia delante, tratando de golpearlo. Golpeó el capó con un ruido sordo, retorciéndose y ahogándose con su propia risa—. ¡Me estás matando! —Es una pregunta muy simple. —Toad sonrió—. Sólo tienes que decir la palabra mágica. Antes de que ella pudiera hablar, él deslizó sus uñas arriba y abajo por sus plantas a seis veces por segundo. Era una recompensa para él, especialmente después de que ella lo había tomado por sorpresa antes del viaje a la isla Lavalava. Pero era una pura pesadilla para Toadette, que ni siquiera podía escupir las palabras que quería decir. Sólo reía como una niña pequeña, con lágrimas formándose mientras sus pies se encogían y retorcían por el asalto. —¿Qué carajos están haciendo, champiñones? Toad retiró inmediatamente las manos y se volvió hacia un humano grande y barbudo. De pie a su lado había tres niños, todos los cuales parecían curiosos por lo que estaba sucediendo. El hombre se acercó furioso a los champiñones y agarró a Toad por el cuello. —¡Acabo de llevar esta cosa al autolavado! —Apretó más fuerte a Toad—. ¿Y andan aquí haciendo esta mierda cuando hay niños alrededor? ¡Deben haber perdido la maldita cabeza! —¡Señor! Créeme, sólo estábamos… Un puñetazo en el ojo mandó a Toad al suelo. Cuando volvió a levantar la vista, el hombre ya se preparaba para darle una patada. —¡Oiga! —Toadette se puso frente a Toad—. ¡Tóquelo una vez más, y las cosas se van a poner muy feas! —¿Qué demonios crees que vas a hacer? —El hombre intentó empujarla a un lado. Ella le dio una patada. Jadeó al chocar con el asfalto y sentir el impacto a través de su sombrero. Dos objetos apestosos la golpearon en la cabeza antes de que el hombre la lanzara a un lado con una patada. —No quiero volver a ver esa mierda asquerosa. Tienen una habitación. Úsenla, malditos cabezas de espora. Toadette gimió y recogió sus zapatos. —¿Cree que puede salir impune después de hacerme esto a…? —¡Toadette! —Toad la agarró del brazo, sacudiendo la cabeza. Mirando al hombre fijante durante un tenso momento, Toadette le hizo un gesto obsceno antes de seguir a Toad escaleras arriba. Mientras los dos se dirigían a su habitación, Toadette detuvo a Toad en seco. Lo acorraló contra la pared y presionó su cara contra la suya, gimiendo. Toad levantó una ceja, pero la fuerza de Toadette contra su cuerpo era tan fuerte que no tuvo más remedio que abrazarla con fuerza en respuesta. No pudieron decir si habían pasado segundos o minutos, pero cuando Toadette finamente se apartó, ella rió. —Esa es mi respuesta. —Uf… —Puede que Toad haya tenido el sabor de nailon apestoso en su boca, pero valió la pena—. Ahora puedo usar toda la pasta de dientes en mi lengua. —Ay, por favor. Dale tiempo, y vas a estar rogándome por mi agua de pies —Toadette abrió la puerta de su habitación. ---------- Nota del autor: Como las medias de Toadette estuvieron ausentes durante los eventos de Ciudad Champiñón, empiezo a volver a usarlas para este arco. Explorar la dinámica de ella y Toad siempre me hace feliz, siendo él mucho más grosero que Minh. Abandonaremos Ciudad Neón la semana que viene. |