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Como nueva esclava de los pies de Peach, la vida de Toadette se da un giro emocionante. |
☆ Diez años: quinto grado (Año: 2002) ☆ —¿Ya están listos para creerme, perdedores? ¿O les hace falta que les dé otra paliza? Los estudiantes del equipo contrario temblaban mientras yo hacía jueguitos con el balón. Bobos. Hablaban mucho antes de enfrentarme. Pero de repente acelero el paso y estos idiotas actúan como Pokeys confundidos. Esto ni siquiera era fútbol en serio; eran cosas de educación física, literalmente en el gimnasio por una tormenta fría. Al margen, mi mayor fan me animaba. —¡Eres la mejor, Toadette! —Gracias. —Señalé el marcador iluminado—. Pero 40 a cero no es tan impresionante. ¿Qué tal si vemos si podemos llegar a los cientos? —Es una psicópata. —Nunca pensé que le tendría miedo a la Reina Sudorosa. —¡Es como si fuera una especie de demonio de la velocidad! —¡Oigan, alguien tiene que poner a Toadette en su lugar! ¿Son todos ustedes unas putas? —El entrenador estaba agotado. Sin importar qué alineación tuviera el equipo contrario, no tenían oportunidad contra mí. Minh estaba buena. Sorprendentemente buena, considerando su alergia a la actividad física. ¿Pero cómo alguien tan suave como un flor iba a ir mano a mano con Toadette? Ni siquiera había un Equipo Rojo. Había estado haciendo esto sola durante los últimos minutos, sólo para un desafió extra y los derechos de presumir que eso conllevaba. —Voy a ofrecer a alguien. —Inmediatamente encontré mi objetivo—. Ella no tiene nada mejor que hacer. Era T. Lisa. Tenía manchas rosadas como Minh, pero no era ni de cerca tan linda. Siempre andaba con la cabeza metida en un libro, y en educación física, era la más perezosa del grupo. Bueno, excepto por cualquier chico que estuviera gordo. Sus piernas y brazos eran más flacos que los míos, y parecía que todo su músculo estaba desapareciendo. Uf, y ni me hagan empezar con su manía de ser una soplona. Cualquiera que te impida copiar en tu tarea es un enemigo. —¡T. Lisa, arrastra ese culo plano a la cancha! ¡Por el amor de todo lo sagrado, consigue un punto para el Equipo Azul! Entiendo por qué la mamá de Toadette siempre está cansada. Si yo fuera ella, estaría bebiendo todos los malditos días. Aunque mi humor no podía ser mejor, la mueca de Lisa cuando se puso delante de mí me sacó de quicio. Nunca me veía con respeto. —Yo te la compondría si fuera tú —le dije. Se ajustó los lentes y tamborileaba con el pie en el suelo en silencio. Con el pie literal, porque la chica nunca venía a la escuela con zapatos. A estas alturas, yo ya me sentía bien cómoda con mis tenis gruesos. Mientras tanto, sus pies estaban negros como el carbón, sin importar el día. —¡Equipo Azul, ésta es su última oportunidad! —Sonó el silbato. Apenas el balón tocó mi pie, me lancé hacia el arco. Ah, qué bueno el sonido de esos dos idiotas chocando sus gorras mientras regateaba el balón pasando junto a ellos. El zigzagueo constante y dar vueltas hizo que mis movimientos fueran tan impredecibles como una tacita girando en un parque de diversiones. ¡Hora de lanzar este balón y subir el marcador a 41! Di la vuelta y la mandé un taconazo. El arquero estaba demasiado paralizado por el miedo como para intentar bloquearme esta vez. ¿Eh? ¿Por qué jadeó la gente? Cuando abrí los ojos, mi sonrisa empezó a desmoronarse. Esa perra… ¿Cómo carajos atrapó el balón así? No sólo estaba haciendo una parada de manos, sino que sostenía el balón entre los dedos de los pies. Ya eso fue una sorpresa, pero me dio como un latigazo mientras el balón zumbaba al pasar junto a mí. ¡Y yo había sacado a mi arquero! Entonces la clase soltó un aplauso ahora que el marcador del Equipo Azul dejó de estar en cero. —Entre tu cara y esa jugada, estás muy cerca de sacarme la piedra —le dije. —Lo mismo digo —respondió ella. —¡Me confié porque me diste lástima, fea! ¡No volverá a pasar! —¡Dale, T. Lisa! —¡Espera un minuto! —¡Si ganas, deberías hacerla besar tu pie! —¡Todavía estoy de tu lado, perdedora o no, Toadette! Fue chiripa, nada más. Con menos de 60 segundos para el final, ¿de qué me iba a quejar? Estos sesos de espora no podían anotar más de 20 puntos, y mucho menos 40. —Se ha acabado —solté una risita, poniendo el balón bajo mi pie. Pero, con una risita picara, empecé a regatear por la cancha de nuevo. Esquivaba de nuevo. ¡Y el balón ya no estaba! ¿Quién se lo llevó? ¡Demonios! ¿Cómo se me adelantó esa rara de pelo plátano? Su velocidad ni se acercaba a la mía. Ahí fue cuando hubo ese destello brillante. Era un resplandor rosáceo que casi hacía que Lisa pareciera radioactiva. ¿Acaso era psíquica? ¿Así fue como me robó el balón? ¡Tramposa vil! Fuera lo que fuese que estuviera tramando, no le iba a dar la oportunidad de presumir nada raro. Corrí a patear esa bola lejos de la Toad que ahora estaba levitando. —¡Ay! — Tan pronto como me acerqué a ella, mi cuerpo se sacudió como si le hubieran inyectado electricidad. —¡Mierda! —El entrenador dio un paso atrás—. ¡Nunca había visto a uno de ustedes hacer esto! ¡Se va a poner intenso aquí! —¿Intenso? —pregunté. De repente, la bola se dividió en varias esferas llameantes. Una por una, quemaron la red de la portería, haciendo que el contador de puntaje se volviera loco. El puntaje del Equipo Azul seguía subiendo, mientras que el mío no podía superar los 40. Bien, al principio no estaba tan mal… Más o menos quince; eso era manejable. Pero luego entró en los veintes, luego en los treintas, y mis peores temores se hicieron realidad cuando subió a los cincuentas. 60, 65, 70, 75… Me tapé la boca, escondiendo el chillido de terror del resto de la habitación. ¡Santo cielo, estaba en los cientos! ¡Eso era imposible! ¿Cómo…? ¿Qué demonios de truco era ese? Incluso con más tiempo, no pude acortar esa ventaja. —¡Por fin! —El entrenador sopló su silbato una última vez, abanicándose con su camisa—. ¡El Equipo Azul acaba de asar el trasero de Toadette de la manera más caliente que he visto! —¡No es justo! —chillé, tratando de elevar mi voz por encima de los gritos de celebración para Lisa—. ¡Hizo trampa con algún tipo de magia! ¡O con un objeto raro! —Si alguna vez hubieras leído un libro, sabrías sobre los Supertrallazos y cómo son legales. —Lisa me dio una sonrisa engreída, haciendo una reverencia ante sus compañeros de clase. —Ya que Toadette decidió volvernos a todos locos, Lisa, puedes elegir qué tendrá que hacer. —Nuestro entrenador señaló mi ojo ennegrecido—. Conozco a su mamá; ella aprobará lo que sea que tengas en esa cabecita genial. Lisa se limpió los lentes en su camiseta, todo el tiempo mirándome de pies a cabeza. Si no se quitaba esa sonrisa de su cara, se iría a casa con unos labios rojo cereza. —¿Puedo escoger dos, señor? —Claro que sí. —¿Qué les pasa a ustedes? —Finalmente empecé a llorar. —Para que aprenda a no llamarnos perdedores, quiero que Toadette me lama la planta del pie. —T. Lisa levantó su pie sucio—. Sólo una lamida, cualquiera otra cosa sería innecesaria. —Te voy a matar. —Las lágrimas corrían por mi cara. Lástima que no pudiera gritar esta declaración a todo volumen sin arriesgarme a una suspensión grave. Maldita política de amenazas—. Eres más tonta de lo que pensaba si crees que voy a… —¡Lámele el pie! ¡Lámele el pie! —¡Quítenme de encima! Los otros estudiantes habían formado una pared enorme, empujándome hacia Lisa y sus asquerosos pies. Y a mi izquierda, la chica que se suponía que me estaba animando. ¡Traidora! Minh cantaba a ciegas junto con esos idiotas, siendo una de las que me sujetaba los hombros contra el suelo. Una vez que suficientes Toads habían atrapado mis piernas, la maldita Lisa levantó su pie sobre mi cara. —¡No! —¡Qué asco! Su pie se veía enfermizo, cubierto de todo tipo de barro de exteriores, polvo de interiores y lo que parecía ser una araña muerta en su dedo gordo. Pero lo dejó caer en mi cara sin dudarlo, y dos Toads me habían abierto la boca a la fuerza. Así que, su pie se deslizó lentamente por mi lengua, dejando un rastro de mugre detrás. ¡Y yo que pensaba que la gelatina era pegajosa! Este barro estaba todo frío y pastoso y… —¡Qué asco, qué asco! ¡Vomitó! —¡Puaj! ¡Es como una fuente! —¡Ay, no! ¡Mi puto piso! ¡Toadette! —¡Guácala, Toadette! —gritó Minh. Aún elevándose sobre mí, Lisa se estaba riendo. Lástima que no le vomité en los pies. Se merecía hasta la última gota de esta asquerosa golosina. —Nunca he entendido por qué eres tan pesada conmigo, si las dos venimos de la nada. —Se cruzó de brazos—. Y en cuanto a mi disculpa, te pido algo simple. —¡Ni lo sueñes! ¡Ve a morder un Champiñón Venenoso! Estaba acostumbrada a caminar descalza a casa, incluso en los días de lluvia. Pero ésta era la primera vez que volvía a casa sólo con calcetines puestos. ¿Por qué se sentía tan raro tenerlos mojados? No eran tan resistentes como los zapatos, claro, pero mis pies se arrugaban por cada segundo que pasaba, más que si hubieran estado chapoteando en una piscina. Uf, y a estas alturas, seguro que ya olían a leche podrida. El paraguas de Minh era lo único que me mantenía seca. Su misión durante todo el trayecto era no hacerme sentir como la peor por haber perdido mis tenis antes una maldita Toad de pacotilla. —Mi mamá te compra un par nuevo mañana —dijo—. No es pa’ tanto. —Esa cabrona me hizo quedar como una idiota. Eso sí es para tanto. —Te pasaste de lanza con ella ahí atrás, Toadette. Aprende a hacer Supertrallazos. T. Lisa no es tan fuerte como tú, así que imagínate a alguien con tus músculos soltando patadas como las de ella. Rodé los ojos. —Ni me interesa ser futbolista profesional. Parece un montón de trabajo. —No lo critiques hasta que lo intentes. —Cuando llegamos al porche, con el viento fuerte arreciando, Minh me hizo otra pregunta—. Oye, ¿a qué supo realmente su pie? —¿No viste cómo dejé el piso pintado? —Me estremecí sólo de recordar la textura exacta, como puré de patatas, de esa suciedad—. ¡Bórralo de tu memoria! ¡Eso nunca pasó! Entramos en la casa. Hice la llamada habitual a mi madre para informarle que había llegado y, como siempre, me quité… Bueno, no tenía zapatos que quitarme en la puerta principal. Lo mejor que pude hacer fue sacarme estos calcetines. Considerando que habían estado empapados por más de unos kilómetros, meterlos en el cesto de ropa sucia era la máxima prioridad. —¿Los pones con la otra ropa? —le pregunté a Minh, tirándole los calcetines mojados a las manos antes de subir corriendo las escaleras. Sí, mis pies estaban de verdad muy arrugadas. Maldita sea, los calcetines eran una maldición cuando estaban mojados. Pero no era como si mis pies estuvieran empapados ni nada. Tenían una extraña combinación de secos pero suaves. Mi piel ya era bastante clara, pero este pequeño recorrido por las calles lluviosas había dejado mis pies como galletas sin hornear. Mamá siempre decía que no me bañara cuando había tormento, pero qué más da. No era la primera vez que me salía con la mía. Además, no me atrevía a oler mis pies en esta condición. Había perdido tanta comida del estómago que terminaría vomitando el órgano actual. Revisé mis cajones en busca de algún pijama, sacando la camisa y las pantaletas. Con eso listo, sólo me quedaba quitarme esta mochila y desnudarme. Hacia el armario… —¡Ataque sorpresa! Apenas había abierto la puerta un poco, pero en segundos, ya estaba en el suelo. Si no hubiera reconocido la voz chillona, le habría dado unos cuantos golpes a esta belleza pelirroja. Pero en cambio, este ataque sorpresa de TD hizo que me riera. —¡Jaja! ¡Te tengo! —Me inmovilizó con sus brazos de cuatro años. Ah, iba a ser uno de esos días otra vez, ¿verdad? ¿Ni siquiera me iba a dar tiempo de lavarme? Bueno, hora de desempolvar las cuerdas vocales y entretener a este chiquito. —¡Oye! ¿De verdad pensaste que tu saltito chiquitico me iba a tumbar, Mario? —Le empujé suavecito para que se apartara, y me paré de un brinco—. ¡El rey demonio Bowser es invencible! ¡Nadie puede ganarme, sobre todo un plomero como tú! —¿Tú te olvidaste de mi ultra martillo? —TD metió la mano en el armario y sacó una de mis sandalias blancas. —¡A ver qué tienes, aliento a pepperoni! —Me puse en posición de pelea, con los brazos en alto—. Te dejo que me pegues un par de golpes para que te sientas bien, pero luego te doy tu buena asada. Al toque, TD lanzó la sandalia contra mi pecho. El niño apuntaba a mi cara, pero se le quedaba corta. Después fueron mis piernas las que atacó. Todo el rato gritaba un «yupi» o «gua-ja» como si fuera el gran héroe del Reino Champiñón. Incluso balanceó la sandalia como Mario su martillo… —¡Bye-bye, King Bowser! ¡Ay, maldita sea! Me pegó en la boca. Sí que dolió ése. —¡Te voy a aplastar como a un Goomba! —Y agarré al chico con fuerza, girándolo hasta acomodarlo suavecito en el piso—. ¿Qué tal, Mario? ¿Cómo se siente saber que vas a morir bajo los pies del gran rey Bowser? ¡Guajajajaja! TD se movía bajo mí, tratando desesperadamente de quitarme el pie de la cara. Ay, yo ni estaba apretando tanto, y él no podía sacarme. Jejeje… Todo ese corro en el gimnasio me hizo sudar los pies, y aunque los calcetines debían absorberlo, el calor hizo que pasara algo nuevo: algo que yo misma no quería ver, pero no me molestaba que mi hermanito lo probara. Justo lo que se merecía por pensar que me iba a ganar tan fácil. —Parece que toda la vida se te está saliendo, ¿ah? Oye, te estoy hablando a ti. —¡Mordisco! —Su grito me sorprendió, y luego me mordió la bola del pie. —¡Kyaa! —Me levanté de un saltó y él bajó corriendo las escaleras, riéndose a carcajadas. Bueno, si quería jugar, jugaría yo. Él llevaba una buena ventaja, pero en segundos ya había llegado a la planta baja. Por ahí estaba Minh, justo donde la dejé, con mis calcetines mojados en las manos. Pero TD era mi objetivo ahora, no ella. Pasó la cocina y se lanzó sobre el sofá viejo de la sala. —¡Yo gano, Bowser! —¡No recuerdo haberme rendido! —Caí encima del niño, jadeando—. ¿Por qué no le cuentas al rey exactamente cómo huelen sus reales pies? Y mis pies volvieron a su naricita, esta vez pellizcándole la nariz entre varios deditos pintados de rojo. Jejeje… El airecito que salía de sus fosas nasales me hacía cosquillas locas; casi me resbalo del sofá más de una vez. Pero mientras más tiempo tenía mis pies en su cara, más fuerte olisqueaba. Ay, ¿me estaría tratando de hacer cosquillas para que soltara? —¡Tienes que hablar antes de morir, Mario! ¡Estos pies han pasado por todo tipo de cosas! —¡Tus patas apestan! —¡Más específico que eso! —Me dolía la barriga de tanto reír—. ¡Con esa respuesta nunca vas a salir libre! —¡Como esas yerbitas apestosas que compra mamá! ¡Por favor! ¡Mario se rinde! ¡Se está rindiendo! —Por fin. Quité mis pies de su cara y por fin el bobo pudo respirar de nuevo. En menos de diez segundos hizo todo para alejar ese olor malo. Se abanicó la cara, se la frotó con la camiseta, la frotó con los cojines del sofá: de todo. —¿Los pies se supone que huelan así de bruto, TT? —Se secó el agua que le caía de los ojos. —Claro. —Lo abracé y besé su cachete sonrojado—. Por eso, en circunstancias normales, es una falta de respeto poner los pies en la cara de alguien. Pero yo puedo porque soy tu hermana mayor. —¿Los míos huelen mal? —No sé, tonto. Quizá sí. Sólo reza a las estrellas para que no tengas el problema de sudor que yo tengo. TD juntó las manos y se arrodilló en el piso. —Sagrados Espíritus Estelares, deseo no tener nunca pies que huelan ni la mitad de feo que los de TT. Que mis pies huelan como los de T. Minh cuando están bien limpios. Amén. —¿T. Minh? —Me quedé pasmada—. ¿Por qué los de ella huelen mejor? —Siempre anda jugando con flores. Tal vez sus pies absorban esos olores. Son amigas, ¿así que por qué no lo sabes tú? —¿De qué están hablando ahora? —Minh se sentó con las piernas cruzadas, a la derecha de donde colgaban mis pies. —Cree que tus pies huelen a flores —bostecé, dejando caer mi pie izquierdo sobre el sombrero de TD—. No, para nada quiero saber a qué huelen. —Tengo pies que huelen rico —río ella. —Está mintiendo, TD. Si sus pies olieran bien, sus chanclas degastadas no parecían que se le quemó la huella. Y además, hoy usó tenis. ¡Sin medias! Sonriendo, Minh se giró hacia un lado, su cara a pocos centímetros de mis pies. Tan pronto lo hizo, instintivamente le incliné la cabeza a TD con mi pie. Cualquier cosa para evitar que oliera a Minh. Yo podía oler mal, pero su estilo de vida significaba que ella debía apestar el doble. —Huéleme los pies, T. Dani. Huélelos. —Se acercó más a él—. Toadette te está hablando como a un bebé. ¿Vas a dejar que te trate así? Convencer a un niño de cuatro años era pan comido. El pie de Minh se deslizó por la cara de TD hasta que logró dar la vuelta. Una vez allí, TD empezó a oler. Noté que su cara se ponía más roja, pero eso era todo. A cualquiera le pasaría en una situación tan incómoda. Pero la reacción de Minh era lo verdaderamente extraño. ¿Por qué estaba tan sonriente? Ni risa ni nada, sólo una sonrisa inquietante mientras mi hermanito olía su pie gordito. Puaj… Imagínate unos dedos resbalosos golpeando tu nariz así mientras te miran como si quisieran comerte. Viendo el temporizador de la caja de cable, TD llevaba al menos un minuto oliéndole el pie a ella. Así que, finalmente los separé. —¿Cómo estuvo? —le preguntó Minh. —Guau… ¿Puedes enseñarle a TT a oler así? —¡Traidor! —Le di una patadita, haciéndole reír junto a la otra cabeza de chorlito—. Seguro nomás le puso un montón de crema a sus zapatos. —¿Quieres saberlo? —Ella levantó la pierna en alto. —¡Ni de puta broma! ¡ZAS! —¡Cuidado con esa boca, TT! —le dijo mi madre. Maldición. Ni siquiera vi venir a esa aguafiestas. La bruja me empujó a un lado y acurrucó su cuerpo flacucho en el sofá. Ni siquiera me dio una servilleta para la sangre que me salía del labio. Y como si no estuviera ya harta de pies, como una broma cruel, me puso sus monstruos gigantes en el regazo. Ni diez segundos pasaron y ya estaba probando mi paciencia. —Van a comer pizza esta noche; hoy me entraron unas monedas extra. Frótame los pies, TT. —¿Qué? —Oíste bien. Gracias por no lavar los platos anoche como te pedí. —Movió los dedos de los pies—. ¿Qué esperas? ¡Demonios! ¡Por qué no podía tener un día en paz! Mientras masajeaba los feos pies de mi madre, ella giró la televisión a uno de esos canales de noticias: Noticias Jugem. Allí vimos algo casi paradójico. Era la princesa Peach en un salón, haciéndose una pedicura profesional. A su alrededor había un montón de Toads, algunos camarógrafos Lakitu y más micrófonos de los que se podían contar. —¿Ves? —suspiró mi madre—. Trátame como la tratan a ella. ¡Usa los pulgares, TT! Dios mío, ¿tengo que pedirle a T. Minh que me sobe los pies? Quizás aplicaría más presión si no llegara a casa magullada cada semana. Sólo pensar en el último incidente del sartén me hizo dar un tic en el ojo izquierdo. ¿Y esta bruja esperaba que le masajeara sus pies asquerosos como si fuera realeza? Jaja, que le den. Mejor le pido a algún indigente en un callejón algo asqueroso como esto. Oh, espera, ya lo hizo. —Nunca antes había visto los pies de Su Alteza en video. Son enormes —dijo Minh, con la voz tan chillona como un globo desinflándose. —Tampoco es que sea gran cosa. —Mi madre empujó su talón seco en mi regazo—. Me gusta ver cómo cambia su look cada dos meses. Esta vez va con el pelo más salvaje y se recortó las cejas. La mayoría de los reales son muy tercos para cambiar, pero no ella. La princesa Peach había estado a cargo del Reino Champiñón desde que yo tenía tres años. Apenas recordaba quién era la gobernante anterior o cómo era, pero hasta ahora, me gustaba ver a nuestra princesa cuando podíamos. Simplemente tenía una chispa que nunca se veía en los monarcas de otros reinos. En medio del ajetreo en el set, un Lakitu con su cámara flotante se dirigió a la Princesa Peach. —Princesa, ¿ha notado si ciertas comunidades extranjeras subterráneas se han esforzado por… capturar imágenes de sus pies? —preguntó el reportero. —Ay, claro que sí. —Ella apartó sus pies de las manos de la pedicurista y movió los dedos en frente de la cámara—. Hola, raritos. —Iba a preguntarle qué opina de eso, pero… —Me halaga, pero me perturba hasta dónde llegan algunos por ver mis pies de todas las cosas. Sí, tengo pies delicados, pero no siempre son como duraznos maduros. —Se echó el cabello hacia atrás—. Le digo una cosa, señor, y espero que esas personas están viendo esto: si se les ocurre venir al Reino Champiñón a hacerme cosquillas en los pies, se van a enfrentar a un castigo digno de escoria. La opción suave sería encogerlos con un Minichampiñón y obligarlos a vivir dentro de uno de mis tacones viejos por un día: uno con un olor tan horrible que hasta un bote de basura lloraría. Pero también hay una alternativa tan cuestionable que no se puede mencionar en televisión. Tras mostrar su radiante sonrisa, la cámara cambió de ángulo, haciendo que los pies de la princesa fueran menos prominentes. —Qué asco —susurré—. ¿La gente de verdad acosa a las chicas por sus pies? —A ti no te va a acosar nadie, TT, no te preocupes —dijo mi madre—. Si lo hicieron, probablemente te confunden con otra persona. —Tú no sabes —repliqué, apretándole fuerte el pie. —Eso dices. Pero si andas vestida como una zorra sin pantalones por la noche, pues es obvio que se te van a frotar encima a ti y a tus pies. —Me dio una patada en el costado—. Es muy posible. Minh levantó la vista hacia mí. Guau, su cara estaba ardiendo de vergüenza. Y aunque por fuera estaba seca, por dentro sudaba a mares. —¿Estás bien? —le pregunté. —¡Nada! Tú no te preocupes por lo que dice ella. El de las noticias dijo que esos eran extranjeros, así que seguro tienen culturas más raras enfocadas en los pies. Nosotros aquí no somos así. —Y tus pies huelen demasiado feo de todos modos, TT —dijo TD, tocándome el talón. —Eres fea, tus pies huelen a caca, y todo esto es sobre gente que no es del Reino Champiñón. Todas las posibilidades están en tu contra, TT —remató mi madre. En la pantalla vimos un último vistazo del gran pie de Peach siendo limpiado de nuevo, mientras la princesa nos decía adiós con la mano. —A todos mis ciudadanos, los quiero muchísimo. Hasta la próxima. Si tan sólo ella fuera mi madre… *** — JUEVES: 5 días antes del festival — Sí, eso era cuando todavía respetaba a la princesa. Ahora, en el presente, 2011… Dios mío, dormir fue una pesadilla. Me dio tanto calor que me encueré por completo. Era como si alguien le hubiera subido a la calefacción con tanta fuerza que la perilla se rompió. Si no hubiera estado conectada a esa maquinita para respirar, apuesto a que mi nariz estaría tapada de mocos. Y aunque los pies de Minh estuvieron junto a mi cabeza toda la noche, hasta eso tuvo sus peros. Con el pasar de las horas, mi sentido del olfato se había reducido a nada. Lo único que olía era a enfermedad. —Odio esta cosa. —Debo haber murmurado eso unas veinte veces. Por supuesto, mi garganta irritada le añadía más dificultad a esta simple expresión de frustración. Me desperté a las cinco, o eso decía mi celular. Pero no era la primera vez que me despertaba esta noche. Pegar el ojo era imposible cuando, cada pocos minutos, terminaba empapada en sudor otra vez. Iba al baño cada vez sólo para secarme, lo que me obligaba a desconectarme y reconectarme continuamente de la bendita máquina. A este paso, estaba considerando pasar el resto de la noche en la bañera. Cuando me miraba en el espejo, gruñía una y otra vez. Parecía un cadáver: pálida como un Boo, y el único color en mi piel era el de mi nariz enrojecida. —Gracias, Peach —le dije al aire, y alcé la mano, fingiendo que la estrangulaba por su flacuchento cuello. Silenciosa como un ratón, abrí la puerta corrediza y salí al fresco del exterior. Y tan pronto como mis pies tocaron el balcón, mis talones se levantaron en el aire. Por suerte no tuvieron que temerle al frío por mucho tiempo, porque en segundos me dejé caer en una de las dos sillas de plástico, apoyando los pies en la mesita que había entre ellas. Ah… Incluso con la brisa nocturna, hubiera estado mejor durmiendo aquí afuera. No sólo mi temperatura corporal bajó en minutos, sino que pude sentir cómo el sudor finalmente abandonaba mis pies. Bueno, más fácil decirlo que hacerlo. Se fue bastante, pero todavía quedaba un montón de sudor entre los dedos. Solución simple: frotar un pie entre todas esas pequeñas grietas. Requirió bastante presión, sobre todo en los dedos chiquitos; cualquiera pensaría que estaba intentando sacar lodo de ahí. Con un poco de presión extra, el sudor salía o era absorbido por la piel, para luego gotear. —No huelo a nada… —moví los dedos de mi pie derecho—. ¿Pero mi lengua todavía funciona? Me subí el pie derecho a la cara, y puaj. La planta no estaba de lo más limpia, sobre todo después de haber salido. No lo había notado antes, pero era obvio que no habían barrido en un buen tiempo. Había pequeños sedimentos y pelusas de polvo en la mitad superior de mi planta. Quitarlos con la mano le devolvió la suavidad y limpieza, pero para dejar el pie cien por ciento limpio, habría necesitado otra sesión en el baño. Quizás fue para mejor. Un pie limpio tampoco me habría dado mucho sabor que digamos. —No pasa nada, Toadette. Es… es sólo mugre. Mi lengua tembló al salir de mi boca. Después de rogarle un poco, se lanzó a la mitad de mi planta… Mi lengua temblaba al salir de mi boca. Con suficiente persuasión, se sumergió en el centro de mi planta. Y como había evitado que mis talones tocaran el piso, eso significaba que todas las partículas se concentraban en una sola zona: ese hueco que parecía ser una trampa para todo. Subí. Mientras ascendía, obligué a mi lengua a dejar de estar puntiaguda y a aplanarse. Cuanto más probaba esta suciedad, mejor sería el tamaño de la muestra. Ya se había manifestado en la planta de mi pie. Sin siquiera masticar, podía sentir los trozos crujientes pegados a mi lengua, aferrándose con uñas y dientes durante el ascenso. Si tenía un objetivo específico en mente, era el dedo gordo. No hace falta ser un genio para adivinar por qué. Hasta ahora había recogido algunos pelos en mi lengua, pero nada demasiado largo. El dedo gordo del pie, sin embargo, tenía una partícula grande. Aunque lo habría quitado con un movimiento rápido, había un problema. Estaba prácticamente aplastado contra mi dedo, como un trozo de suciedad aplastado de un zapato cuando se usan tenis sin calcetines. ¡Qué asco! Y parecía súper pegajoso. —Puedo hacerlo. —No había nada de confianza en mi voz. Cerré los ojos y le di una gran lamida a mi dedo gordo. Al sentir que la suciedad seguía pegada, me metí el dedo en la boca. Chupé y chupé, usando los dientes para levantar el trozo sucio de alguna manera. Créanme, el sabor de esa cosa era más que rancio, mucho más que el de las otras partículas, que sólo tenían un ligero sabor salado. Era como meter la lengua en un cubo de vinagre frío. Pero con suficiente insistencia y succión, empezó a aflojarse. ¡POP! —¡Puaj! ¡Qué asco! —Ahora por fin podía unirse a sus sucios compañeros en mi garganta. Di un último trago y golpeé el suelo con el pie, jadeando—. Definitivamente puedo saborear. Al menos no es todo líquido y fangoso. —¿No te estás congelando aquí afuera? Mi mamá había asomado la cabeza por la puerta. Me limpié la boca rápidamente, prefiriendo mirar el vasto horizonte frente a mí. —¿Tú eres de tierra fría, o qué? —dijo la señora, saliendo con un suéter y pijama y ocupando la otra silla—. Mi primera idea era el Reino de Nimbus, pero allá como que no quieren mucho a los Toads. —De Ciudad Toad… —Ah, como nosotros entonces. Sí, apenas nos mudamos para acá hace unos seis años. Sabes, sentí que tenía que poner mi vida en orden por los chicos, así que busqué mejores trabajos. Tuve que pedirle a una amiga que me hiciera la palanca, pero ahora nos va un poquito mejor. —¿Un poco mejor? Puso sus enormes pies en la mesa, junto a mi pie izquierdo. —Si me hubiera podido decir a mí misma que esperara para venir a Ciudad Champiñón, lo hubiera hecho. ¿Qué probabilidades había de que me mudara aquí al mismo tiempo que ese duende de Wario empieza a destrozar el lugar? Todo ese disparate de los Scapelli no era así hace años. Todo el dinero ha estado de la patada desde entonces. —Pensé que este lugar siempre fue malo. —Mi hablar comenzó a ralentizarse mientras cruzaba los pies a la altura de los tobillos. Porque ahora no sólo estaba mirando los míos, sino los de mi madre. Aunque definitivamente no me sentía atraída por ellos —de ninguna manera—, aún podía ver las similitudes después de años de separación. Los pies de ambas eran más largos de lo que tenían derecho a ser. —Wario tenía su propia Ciudad Diamante. No necesitaba venir aquí, pero dale a alguien la mano y te tomará el brazo entero. Lo único que puedo garantizar es que la princesa se encargará de él pronto. Tuve que estar de acuerdo con ella. Ligeramente. Después de todo, si a Peach no le importara en absoluto, no nos habrían enviado a esta misión para espiar al escuadrón de ese gordo. —¿Me estás mirando los pies? —¡No! —Bajé la vista a mis manos temblorosas—. Sólo estoy un poco cansada. —Perdón. Parecías un zombi por un segundo. —Y entonces mi mamá empezó a darme empujoncitos en los pies con los suyos. Una y otra vez… No pude mantener los ojos en mis manos por mucho tiempo. Sólo un vistazo rápido a las uñas estaría bien, ¿no? A diferencia de las mías, las de mi mamá eran muy largas, y obviamente no se había hecho una pedicura en un buen tiempo, ya que no estaban pintadas y estaban inclinadas. Tenerla sentada a mi lado sin todos los gritos e insultos era surrealista. Como un escenario que no debería estar sucediendo… Y ahora me estaba bromeando con sus pies, un juego que nunca habría jugado cuando yo era una niña. —Vi lo que tú y TD estaban haciendo anoche. Ha estado haciendo tratos así desde que entró al jardín de infantes. —Puso su suave planta contra la mía—. Alégrate de que el niño se bañó o estarías inconsciente. —Inconsciente es mejor que sentir este veneno en mí. —Sus pies pueden oler bastante tóxicos por sí solos. Estoy convencida de que le gusta o algo. Tuve otra hija, y era peor. Mucho peor. Cada vez que se quitaba los zapatos, era como si un enjambre de chinches apestosas se hubiera metido en el zapato de alguien y hubiera muerto. ¡Yupi! Mis pies seguían siendo más apestosos que los de él, así que le ganaba en un punto al niño. Pero… —¿Tuvo? —Larga historia corta, ¿sabes ese gran ataque al Puente Champiñón en 2005? Pues sí. —Ah. Bueno, eso le dio un giro total al ambiente. Uf… Carajo, esto significaba que Minh tenía toda la razón. Entonces de verdad pensaron que morí cuando escapé. ¿Cómo? Claro, hubo una explosión en el puente, pero todavía tenía la mayoría de mis cosas conmigo. ¿Por qué siquiera adivinarían que tomaría esa ruta específica de regreso a Ciudad Toad? Pude haberme colado en un vuelo o haber nadado arriesgándome. —Joder, mis hijos tienen demasiados nombres. El nombre real de la niña era T. Ana Junior, como su servidora. Luego la llamé Toadette porque quería que fuera mi única niña… bastante estúpido en retrospectiva. Pero Toadette sonaba demasiado largo, así que la familia la llamaba TT. TT y TD, mis ángeles. Aparté mis pies de los suyos y me senté con las piernas cruzadas, manteniendo la cabeza baja para ocultar mi cara. Puede que no hubiera lágrimas, pero había una tonelada de preocupación que cualquiera podría haber notado. Incluso alguien con una mata de pelo rojo cubriéndole los ojos. —¿Y si no está muerta? —Jugué con mis manos, incapaz de hilar la frase sin tartamudear—. Si de hecho sobrevivió y regresó, ¿cómo se sentiría usted? —Estaría furiosa. Bueno, tal vez tenga que cambiar de planes… —No sé cómo te criaron a ti, pero déjame enseñarte algo para cuando tengas tus propios pequeños. No te embaraces joven, y trátalos como niños, no como herramientas. —Suspiró—. Tengo algo de control sobre TD, pero con TT fue donde la cagué por completo. No pasaba una semana sin que volviera a casa y yo no le pusiera las manos encima, a veces sólo por hablarme en el momento equivocado. Se levantó y se agarró del borde del balcón más frío. —Le repetía que no tenía permiso para tener novio. Me dio una rabia la primera vez que trajo a T. Minh a la casa. Le rompí la nariz una vez sólo porque me pilló fumando un Fuzzy. ¡Me encantaba la fiesta, el trago y el sexo más que mi propia hija! ¡Qué cagada de mamá fui! El aire finalmente empezó a hacerme tiritar. —Perdona mi arrebato, es que esto es… —No pasa nada. —Se lo he dicho a T. Minh también, porque no hay ninguna buena razón para hacer lo que hice. Como madre, se supone que debes amar a tus hijos, no tenerlos como esclavos en tu casa. —Se dio la vuelta—. Y para responder a tu pregunta de antes, si TT hubiera logrado esconderse bien todo este tiempo y de repente apareciera un día, estaría emputada conmigo misma por haberlo permitido. Pero estaría feliz de la vida de tener otra oportunidad con ella. Perderse seis años de la vida de mi hija es mejor que no haber conocido a la pelada más allá de sus trece años. —Cruzaré los dedos por usted, señora —dije, sorbiendo por la nariz. —Gracias. De verdad que te lo agradezco. |