Sigue la historia de la vida de esclava de Toadette, y ya tiene el fetiche por los pies. |
—La capitana Toadette no aprecia cómo este barco sigue matándole las fosas nasales. —Toadette empezó a respirar por la boca hasta que tosió. El olor agrio de los catres en los que debían acostarse le volvió a entrar por la nariz. Gruñó. —Podría ser peor —dijo Toad, señalando directamente a Toadette—. Te acostumbras después de un rato. —¡Le tengo una rabia a este barco desde el momento en que puse un pie adentro! —Oye, si nosotros hemos logrado aguantar el olor de tus pies tras un día agotador, tú también puedes acostumbrarte a un poco de olor a barco —dijo Minh. Suspirando, Toadette se dejó caer en uno de los catres. El olor era malo, pero lo peor era lo áspero que se sentía contra su piel desnuda. Como su ropa estaba empapada, todos tenían que ir desnudos y envueltos en mantas. O en trapos cortados, como dos de los cinco. Por mucho que Minh quisiera hablar de pies —algo para distraerse de esta loca situación—, una persona se lo impedía: la niña que estaba sentada en un candelabro. Yasmín era la única en la habitación que no tenía ni idea del fetiche de Minh por los pies, y Minh pretendía que así siguiera. Si tenía que morderse la lengua durante el resto de la aventura, que así fuera. Poco sabía ella que la encogida Yasmín tenía los ojos puestos en sus pies desde la distancia. La forma en que se curvaban los dedos, cómo podía ver cada arruga moverse… Era hipnótico desde la perspectiva de Yasmín, que lo veía todo como si fuera un juguete, con un ligero efecto de lente ojo de pez. —¿Estás bien? —Penélope la codeó—. La estás mirando tan fijo que hasta me das miedo. —Sólo estoy analizando la situación. —Yasmín se lamió los labios mientras se imaginaba acurrucada contra la piel de Minh—. ¿Crees que sus pies serían tan suaves como almohadas a este tamaño? —Tal vez. —Penélope le pasó un dedo por el pie de Yasmín—. Los tuyos son un poco suaves. —Totalmente delirante. Puedo sentir el desierto de callos y durezas que va desde los talones hasta los dedos, ¿sabes? —Esa vívida descripción hizo que Penélope hiciera una mueca. Yasmín se aclaró la garganta—. ¡¡Minh-Minh!! —¿Sí? —Minh miró en su dirección. —¡La humana sugirió que podíamos acostarnos en tus pies! ¡Pa’ no estar tan aisladas por aquí! —¿Yo lo hice? —Penélope levantó una ceja. —Chicas, mis pies probablemente huelen a queso ahorita. —Minh se levantó y las puso en la palma de su mano—. Estarían mejor acostadas cerca de mi cara. —Ella está muy empeñada en ver si tus pies pueden usarse como almohadas, Minh-Minh. —Yasmín pellizcó a Penélope antes de que pudiera arruinar su plan—. No te vamos a molestar. Minh suspiró, sonriendo suavemente. —Ustedes dos la han pasado mal hoy. Está bien. Los ojos de Penélope se entrecerraron mientras miraba a Yasmín. Minh colocó a ambas niñas encogidas cerca de sus pies, poniéndose cómoda mientras volvía a acostarse boca abajo. Las manos de Yasmín estaban en el pie derecho, mientras que Penélope se subió al izquierdo. Una vez a bordo, Penélope se acercó al arco curvo —Así que también tienes esa cosa con los pies, ¿eh? —preguntó. —¿La qué? —Esa cosa que te hace sonrojar y empezar a sentirte rara cuando estás cerca de los pies descalzos de alguien. ¿Por qué otra razón habrías hecho esto? —Sonrió con suficiencia—. Puedo guardar un secreto. —Una niña consentida como tú ni siquiera debería saber qué es un fetiche por los pies —masculló Yasmín—. ¿Y guardar un secreto? ¿Con esa boca tan grande? —Puedo hacerlo por ti. —Penélope se acercó, mirando con cariño los dedos expuestos de Yasmín—. Mira, soy más de que me cuiden los pies que de cuidarlos yo misma. Pero hay algunas para las que hago excepciones. —Tú… —Yasmín parpadeó dos veces. Penélope frunció los labios—. ¿Así que quieres hacerle cosas raras a los pies de Minh-Minh? —Yo… —La expresión de Penélope se volvió neutral—. Sí, a sus pies. —A veces se me olvida cómo compartir, pero por ti intentaré portarme bien. —Con una respiración preparatoria, Yasmín presionó su cara contra el enorme arco del pie de Minh. Olfateó un poco—. Mmm… Y sin ninguna Toadette que arruine el olor. Luego plantó sus labios babosos contra la planta. Era todo lo que esperaba y más. Aunque intentaba mantener sus movimientos sutiles, su corazón latía con fuerza contra su pecho. El olor que entraba por su nariz la impulsaba a ir más fuerte, rezando para que Minh estuviera demasiado distraída como para notarlo. Lamió a lo largo de la planta, gimiendo por los trozos más grandes de sal que ahora cubrían su lengua. Incluso su estado ligeramente sucio no fue un obstáculo, ya que Yasmín fue lo suficientemente ágil como para evitar algunos pelos sueltos o la intensa mugre del barco. Abrirse paso por las zonas menos sabrosas la recompensó con un bufé salado. Miró tímidamente a través del estrecho espacio entre los pies de Minh. Penélope tenía la cara apoyada en el otro arco, mordisqueándolo. Cuando levantó la vista y vio la expresión jadeante de Yasmín, se lamió los labios. —¿Están suficientemente cómodas estas almohadas? —Sorprendentemente —dijo Yasmín con la voz entrecortada, sus labios aún cosquilleando por la sal—. Uno pensaría que estarían mucho más sucios. —Hay demasiada agua por aquí para eso, Yas. —Penélope se inclinó y pasó la lengua por el arco, de abajo hacia arriba. —No me quejo. —Mientras la lengua de Yasmín trazaba el arco de Minh, podía sentir los pequeños y cosquillosos temblores que recorrían el cuerpo de Minh. Minh dejó escapar un fuerte suspiro, uno que Yasmín interpretó como vergüenza. Sin embargo, de vuelta en el reino del tamaño normal, Toadette lo reconoció por lo que era: un suspiro de placer. Minh apretó los dientes, curvando los dedos de los pies con fuerza. —Pensé que querían dormir —dijo—. No tratar de mojarme los pies aún más. ¿Qué está pasando? —¡Se ha convertido en una competencia! —se apresuró a responder Penélope—. ¡Reté a Yas a ver quién puede mojar más sus pies usando sólo nuestras lenguas, y los juegos ya han comenzado! —¿Mmm? —Yasmín se sorprendió por un segundo—. Ah. Ah, de ninguna manera puedo perder esto. Por si no lo notaste, a mí me sobra la saliva. —Uy, Penélope, en ésta te barren. Lamento decirlo —rió Minh. —¡No me rendiré tan fácilmente! —Penélope hundió la cabeza entre los dedos de Minh, succionando algunos cristales de sal extra—. ¡Delicioso! Yasmín se rió entre dientes. Ahora tenía permiso total para darlo todo. Para no quedarse atrás de Penélope, ella también se deslizó hacia los dedos de Minh para babosearlos. Pasó la lengua por ellos como si tocara un xilófono: del más grande al más pequeño. Al llegar al meñique, intentó ingenuamente metérselo en la boca. Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de que ni siquiera era más pequeño que su cabeza. Pero, rápida para improvisar, lo besó. Lo abrazó y se lo comió a besos como si estuviera besando a la propia Minh. «Ay, Minh-Minh… Mmm… Déjame meterte la lengua en la boca, porfa…». Con los ojos cerrados, se imaginó en el cálido abrazo de Minh, saboreando cada centímetro de su boca. Luego comenzó a tocarse. El trapo sucio que la cubría fue una bendición, ya que significaba que nadie la sorprendería en el acto. Su concha se apretó cuando se atrevió a oler entre los carnosos dedos. —Ay, chingados… —Su nariz se ensanchó. ¿Cómo no iba a babear por todo el pie cuando su aroma representaba todo lo que amaba de su prima? Pureza, calidez y esa esencia de trabajo duro. Se deslizó hacia los cálidos cañones que eran los espacios entre los dedos de Minh. Mientras lamía los lados de los dedos, de vez en cuando le echaba un vistazo al cuerpo de Minh. Alcanzó a ver la parte de atrás de su cabeza y el contorno de su redondo y regordete trasero a través de la manta. —Lo que no daría por besarlo también —susurró Yasmín, chupándose la sal de sus propias manos. —Cielos, parece que estuvieran buscando un tesoro ahí adentro, niñas —rió Minh—. Ya tienen madera de pirata, quiéralo o no. Cuando Minh encogió los dedos de nuevo, una tormenta de arrugas estalló en sus plantas. El repentino movimiento hizo que Yasmín cayera de bruces sobre la planta. Pero al sentir las arrugas deslizarse contra su coño tembloroso, tuvo que morderse el labio para reprimir un gemido. Su sonrisa pasó de ser leve a completamente pervertida. Ni siquiera se había dado cuenta de que se estaba frotando lentamente contra el pie, mientras pasaba la lengua por él. «Será… ¿Será que Minh-Minh va a hacer que me venga?», se preguntó con la sonrisa ensanchándose. «¿Voy a poder venirme sobre ella? ¿Por fin?». —Oye, Toadette, ¿por qué no dejas que jueguen su jueguito contigo también? —dijo Minh, estirando la espalda. —¿De verdad quiero? —Les servirá de entrenamiento extra. —Minh se acercó para susurrarle—. La verdad es que se siente muy bien. Es como en esos spas donde los pececitos te muerden los pies para suavizarlos. —Mis pies han estado apretados en esos zapatos… —bostezó Toadette. —A mí no me miren. Yo no soy masajista —dijo Toad. —¡Me pegaste en la nuca sin razón! Debería obligarte a que me los sobes. —Era eso o dejar que el tiburón te ensartara. Lávate bien los pies y quizás lo considere. —Pues ésa no es una opción ahora mismo, Toady. Mientras los adultos discutían entre ellos, Yasmín movía rítmicamente las caderas contra la piel cálida de Minh. Un jadeo escapó de sus labios cuando notó un escalofrío recorrerle la espalda. Continuó chupando y lamiendo el pie de Minh, moviendo sus caderas y excitándose más por segundos. Sin embargo, de inmediato fue levantada en el aire. Chilló al encontrarse en la palma de Minh. —Su juego se va a extender, niñas —anunció Minh. Poniéndose de pie, sorprendió a Toadette al saltar encima de ella. Los pies de Minh se posicionaron junto a los de Toadette, con las plantas hacia el techo. Mientras tanto, los pies de Toadette permanecían erguidos con los dedos apuntando al cielo. Todo el aire abandonó los pulmones de Toadette. —Así será como un parque de diversiones para ellas —dijo Minh, meneando los dedos mientras subía a Penélope a Yasmín a sus plantas—. Y no pueden ver lo que hago —le susurró a Toadette. Plantó sus labios contra los de Toadette, provocándola con un solo toque de su lengua. —Los pies apestosos de la señorita Toadette… —tragó saliva Penélope. —¡Estaba divirtiéndome tanto con Minh-Minh! ¡Y esta zorra tenía que meterse! —se quejó Yasmín. Los dedos de Toadette parecían aún más montañosos que los de Minh. Su longitud extendida prácticamente suplicaba ser escalada por pequeñas aventureras. Penélope notó que la cara de Yasmín se ponía verde cuanto más miraba los pies de Toadette. —Yo los lameré —se ofreció. —¿Quieres correr el riesgo? —preguntó Yasmín—. Sus pies son mortales. —He sobrevivido antes, y sobreviviré de nuevo. —Penélope acarició la cara de Yasmín—. Disfruta los pies de tu prima. A ver si todavía puedes empaparlos antes de que yo termine con los de la señorita Toadette. —Dale pues. —Yasmín bajó la mano de Penélope. Penélope tragó saliva y fijó la mirada en el colosal paisaje de los pies de Toadette. Inhaló profundamente, preparándose para el asalto embriagador que su nariz y su boca estaban a punto de soportar. Se acercó al talón gigantesco y se arrodilló. Luego extendió la lengua. La primera lamida se deslizó lentamente por el costado del talón. A diferencia de los pies de Minh, los de Toadette tenían un distintivo toque de material gastado, quizás de sus zapatos bajos. Penélope cerró los ojos e intentó saborear cada instante de esta experiencia. No dejaría que el sabor horrible quebrantara su compostura. Toadette, sorprendida por el calor húmedo, se retorció. Sus dedos se encogieron. Sin embargo, Penélope permaneció diligentemente en el pie, sus dientes raspando la piel mientras la mordisqueaba. Yasmín, ahora en el pie que Penélope había lamido previamente, comenzó igualmente por el talón de Minh. Mientras su lengua recorría el arco del pie de Minh, sentía como si estuviera raspando el fondo del océano. Su concha goteaba para cuando llegó a los dedos babosos. Una vez que los alcanzó, dio la vuelta y emprendió el camino de regreso cuesta arriba con su lengua. Cada cresta y protuberancia del pie de Minh era una nueva aventura. Con cada pasada de su lengua, Yasmín sentía el cuerpo de Minh responder. Los dedos se movían, el pie se desplazaba, y podía oír a Minh soltar de vez en cuando un pequeño suspiro. Sin embargo, no podía ver que Minh estaba ocupada frotando sus labios contra los de Toadette. Minh le ofreció su pulgar a Toadette, metiéndoselo en la boca. Toadette lo chupó lentamente mientras Minh comenzaba a restregarse contra ella. —Te estás arriesgando demasiado —susurró Toadette. —Llevo haciendo esto toda mi vida —susurró Minh de vuelta. Luego agarró las trenzas de Toadette, provocando un gemido tembloroso de ella—. ¿Puedes menear las caderas? Toadette lo hizo. Cada sacudida exagerada hacía que su cuerpo se moviera, y el cambio hacía que sus pies se balancearan peligrosamente. El movimiento fue suficiente para obligar a Penélope a aferrarse con todas sus fuerzas mientras escalaba el imponente pie. Por un momento, sintió que su cuerpo se despegaba de la superficie antes de lograr asegurarse de nuevo. Exhaló bruscamente antes de reanudar su ascenso. Por fin llegó a la parte superior del pie de Toadette. Haciendo una pausa para respirar, miró hacia abajo y pudo ver a Yasmín en medio de su maratón. «Espero que te guste el sabor de mi saliva», pensó Penélope con una sonrisa traviesa. Su atención se centró de nuevo en el desafío inmediato que tenía ante ella: las retorcidas y penetrantes grietas entre los dedos de los pies de Toadette. El hedor que emanaba de ellos era simplemente profano. Era como si sus pies hubieran estado marinando en el basurero de una fábrica de quesos. El olor era tan potente que parecía tener peso, aplicando presión en la parte posterior de la garganta de Penélope como una niebla oscura. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y luchó contra el instinto de vomitar. A pesar del asalto a sus sentidos, se zambulló. Su lengua salió disparada, presionando contra el espacio aterciopelado entre los dos dedos más grandes. Para su consternación, el sabor fue instantáneamente amargo. Pero estaba decidida a que funcionara. Apretó los ojos, imaginando que en su lugar estaba sirviendo al pie de Yasmín. La diferencia de tamaño no importaba. Lo que importaba era la sensación: la forma en que su lengua se deslizaba sobre la piel resbaladiza por el sudor. Dejó que la fantasía de saborear a Yasmín la llevara a través de la húmeda pestilencia de los pies de Toadette. —Vamos a voltearnos —jadeó Minh. Pronto Toadette estaba encima, lo que significaba que sus plantas miraban hacia arriba. Ahora los dedos de Minh apuntaban al cielo. La cara de Yasmín se iluminó. Se había aferrado a los dedos de Minh durante la transición, asegurándose de no perder su posición. Ahora, con las damas en sus nuevas configuraciones, Yasmín aprovechó la oportunidad para venirse. Deslizó su diminuto cuerpo desnudo a lo largo del pie de Minh hasta que se montó a horcajadas sobre el grueso espacio entre el segundo y el tercer dedo. El calor que emanaba del pie de su prima era abrumador en su coño. Agarrándose del borde del segundo dedo de Minh para apoyarse, Yasmín comenzó a mecer sus caderas de un lado a otro. La presión y la fricción entre su coño y la piel húmeda de Minh aumentaron. Cada movimiento de choque y roce forzaba un gemido de los labios de Yasmín. «Puta madre… Minh-Minh… Minh-Minh…». Su respiración se aceleró, y sus músculos internos comenzaron a contraerse y relajarse al ritmo de sus movimientos. La tensión burbujeaba lentamente, comenzando a acelerarse mientras Yasmín comenzaba a lamer los dedos. Estas rocas gigantes de sal la acercaban al éxtasis con cada lamida. Los dedos de Minh tuvieron un espasmo repentino, y Yasmín sintió una sacudida. —Sí —gimió suavemente Minh, sus dedos hundiéndose en el cabello de Toadette. Toadette suspiró en respuesta, sus propias caderas levantándose para encontrarse con las de Minh. La fuerza del orgasmo de esta última envió a Yasmín más allá del punto de no retorno, especialmente con los dedos encogiéndose y expulsando su sudor. —Oh, Minh-Minh —gimió Yasmín, sus ojos cerrándose mientras su cuerpo temblaba. Su clímax estalló en poderosas contracciones. «Abrumador» no se acercaba a describir la sensación. Sólo podía concentrarse en frotar su cabeza contra el dedo del pie de Minh, oliéndolo, mientras se apretaba. Penélope, aún luchando por navegar por las penetrantes grietas entre los dedos de Toadette, finalmente asomó la cabeza. Su cabello tenía un tinte notablemente más oscuro, pero salió con una sonrisa. —¿Gané? —gritó. Miró a Yasmín—. Parece que te rendiste a mitad de camino. ¡Qué vergüenza, Yas! Toadette miró hacia atrás, meneando los dedos de los pies. —Vaya. De verdad que me mojaste los pies. —Incluso oliendo a queso pasado —presumió Penélope con orgullo. —Todo ese trajín sin cansarse significa que nuestro entrenamiento va por buen camino —dijo Toadette con una risa. Se levantó de Minh, permitiendo que Penélope se acurrucara contra el regordete talón de Minh—. Gracias por la limpieza gratis, Penélope. —De nada, de nada. Yasmín se bajó con cuidado del pie de Minh. Tropezó y cayó sobre Penélope, quien la atrapó y sonrió radiante. —¿Te divertiste? —le susurró. La única respuesta de Yasmín fue un profundo y entrecortado suspiro. De repente la pesada puerta de madera de los aposentos se abrió de golpe, silenciando la habitación. Jones llenaba el umbral. Sus ojos amarillos escanearon la escena, y su expresión no vaciló ni un instante. —Se acabó el descanso —gruñó. Hizo un gesto con la cabeza, y uno de sus lacayos se adelantó, sosteniendo un champiñón grande y palpitante—. Un Megachampiñón, como se solicitó. Se lo lanzó a Toadette. Ella lo partió en dos trozos pequeños para las niñas. —Van a sentir un pellizquito —les advirtió. —Estaremos bien. —Penélope se metió el trozo en la boca. Yasmín, todavía recuperándose de su clímax, miró a Minh. —Lo que dijo Toadette, Yas. Sólo un pellizquito. —Si tú lo dices. —Con un momento de vacilación, Yasmín dio un delicado mordisco al Megachampiñón. Entonces la habitación pareció encogerse a su alrededor mientras sus cuerpos se deformaban. Los huesos se les partían y se volvían a unir, y cada niña gritaba en agonía. En segundos, volvieron a su tamaño normal, jadeando y llorando en el suelo. —¡Dijo que era un pellizquito! —gritó Penélope. —Si les hubiera dicho que iban a sentir como si se estuvieran serruchando las entrañas con una sierra, no se lo hubieran comido, ¿o sí? —Toadette frotó el adolorido cuerpo de Penélope—. Ya se les pasará. —Perfecto. —Jones asintió—. Un pirata que puede ser aplastado bajo el pie no es un pirata y punto. Otro lacayo arrojó una pesada lona enrollada sobre una litera. Se desenrolló para revelar una colección de pañuelos a rayas, camisas blanquecinas, pantalones gruesos y botas manchadas de sal. —Es hora de vestirse para la ocasión —gruñó Jones, dándose la vuelta—. Zarpamos en dos horas. —¡Un momento! —Toad se puso de pie de un salto—. Este barco es un desastre. ¿Cómo carajos vamos a navegar ni un centímetro con él? —¡Ja! ¿Crees que esta tumba anegada es mi buque insignia, muchacho? —rugió Jones con una carcajada—. Esto es sólo mi base. Si quieres ver un verdadero barco, lo verás. —Me encantaría —dijo Toad—. ¿Alguien viene? —Yo —dijo Toadette, estirando la espalda—. Quiero asegurarme de que no nos vamos a hundir. Minh miró a las dos niñas, que todavía estaban pálidas por su transformación. —Necesitan que alguien las calme. Yo me aseguraré de que no se mueran por ser de tamaño normal. Ustedes pueden irse —rió, provocando un puchero avergonzado de Yasmín. Toadette agarró una holgada camisa rosa y un par de pantalones blancos anchos, y se los puso. Observó cómo Toad hacía lo mismo, pareciendo más rudo con el atuendo tosco. —Rawr —gruñó ella juguetonamente, tirando de su mano. Siguieron a Jones a través de los sinuosos y acuosos pasillos del barco hundido. Luego subieron por una escalera destartalada muy por encima del agua, emergiendo en una bolsa de aire. Jones gruñó mientras apartaba una roca a un lado, revelando un pasaje oculto que salía de las cuevas hacia el cielo nocturno. Allí, en el océano, se erigía un galeón gigantesco. Sus velas eran de un profundo color azul, y un temible mascarón de proa con forma de tiburón sobresalía de su proa. Empequeñecía el pequeño bote en el que habían llegado, haciéndolo parecer un juguete. —Les presento a la Aleta de Poseidón —anunció Jones con orgullo. —Bueno, no creo que hundirse esté en la lista de preocupaciones ya. —Toad le pasó un brazo por el hombro—. ¿Qué me dices, capitana Toadette? —Quizás tengamos una oportunidad, después de todo —dijo, asintiendo. ---------- Nota del autor: Se acabó el descanso. Ahora el grupo se lanza al mar para cazar a la capitana Sirope. Pero no piensen que la diversión se acaba aquí. Además de nuevos enemigos, prepárense para algo muy agradable en el siguiente capítulo, si les gustan los pies sucios y llenos de tierra. Por fin vamos a incluir un lugar de uno de los juegos más básicos de Mario. Será Mario & Luigi: Paper Jam. |